M’Cheyne Bible Reading Plan
La asamblea de Siquén
24 Josué reunió en Siquén a todas las tribus de Israel, convocando a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y funcionarios. Una vez que se presentaron ante Dios, 2 Josué dijo a todo el pueblo:
— Esto dice el Señor, Dios de Israel: Sus antepasados, en particular Téraj, padre de Abrahán y de Najor, habitaban antaño al otro lado del Río y rendían culto a otros dioses. 3 Yo tomé a su padre Abrahán del otro lado del Río, le hice recorrer toda la tierra de Canaán y multipliqué su descendencia dándole a Isaac. 4 A Isaac le di dos hijos: Jacob y Esaú. A Esaú le di en posesión la montaña de Seír. Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. 5 Envié después a Moisés y Aarón y castigué a los egipcios obrando prodigios en medio de ellos. Luego los saqué a ustedes de allí. 6 Saqué de Egipto a sus padres y llegaron hasta el mar. Los egipcios persiguieron a sus padres con sus carros y caballos hasta el mar de las Cañas. 7 Clamaron entonces al Señor que interpuso una oscura nube entre ustedes y los egipcios, al tiempo que el mar se abalanzaba sobre ellos y los anegó. Ustedes han visto con sus propios ojos lo que hice con Egipto. Después habitaron largo tiempo en el desierto. 8 Los introduje luego en el país de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán; ellos les declararon la guerra, pero yo los entregué en las manos de ustedes; los exterminé al llegar ustedes y así fue como ustedes pudieron ocupar su territorio. 9 Balac, hijo de Zipor, que era a la sazón rey de Moab, se propuso pelear contra Israel. Al efecto mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que los maldijera. 10 Pero como yo no quise escuchar a Balaán, no tuvo más remedio que bendecirlos. De esta manera yo los libré de las manos de Balac.
11 Ustedes pasaron después el Jordán y llegaron a Jericó. Los jefes de Jericó les hicieron la guerra; y lo mismo hicieron los amorreos, los fereceos, los cananeos, los hititas, los guirgaseos, los jeveos y los jebuseos, pero yo se los entregué. 12 Mandé delante de ustedes avispas que, al llegar ustedes, pusieron en fuga a los dos reyes amorreos; es algo que no debes a tu espada ni a tu arco. 13 Les he dado una tierra que no han ganado con su sudor, unas ciudades que no han edificado y en las que, sin embargo, habitan; viñedos y olivares que no han plantado y de cuyos frutos se alimentan. 14 Ahora, pues, respeten al Señor y sírvanle con todo esmero y lealtad; quiten de en medio los dioses a los que dieron culto sus antepasados en Mesopotamia y en Egipto y rindan culto al Señor. 15 Pero, si les parece duro rendir culto al Señor, elijan hoy a quién quieren rendir culto, si a los dioses a quienes adoraron sus antepasados en Mesopotamia o a los dioses de los amorreos en cuyo país ustedes habitan ahora. Yo y mi casa rendiremos culto al Señor.
16 El pueblo respondió:
— Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses, 17 pues ha sido el Señor, nuestro Dios, el que nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, del país de Egipto, de la casa de la esclavitud, y el que ante nuestros ojos obró tan grandes prodigios y nos protegió a lo largo de todo el camino que recorrimos, poniéndonos a salvo de todas las naciones por las que pasamos. 18 Además el Señor expulsó ante nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. Por tanto, también nosotros rendiremos culto al Señor, porque él es nuestro Dios.
19 Entonces Josué dijo al pueblo:
— No sé si serán capaces de rendir culto al Señor, pues es un Dios santo, un Dios celoso, que no perdonará sus rebeldías ni sus pecados. 20 Si abandonan al Señor para rendir culto a dioses extranjeros, él a su vez, después de haberles hecho tanto bien, les acarreará el mal y acabará con ustedes.
21 El pueblo respondió a Josué:
— Nosotros rendiremos culto al Señor.
22 Josué dijo al pueblo:
— Testigos son contra ustedes mismos de que han elegido al Señor para servirlo.
Ellos respondieron:
— ¡Somos testigos!
23 — Entonces, —concluyó Josué— quiten de en medio los dioses extranjeros y prometan fidelidad al Señor, Dios de Israel.
24 El pueblo respondió a Josué:
— Rendiremos culto al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos.
25 Aquel día, selló Josué una alianza con el pueblo, dándole preceptos y normas en Siquén. 26 Josué escribió estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Acto seguido, tomó una gran piedra y la erigió allí, al pie de la encina que hay en el santuario del Señor. 27 Y dijo Josué a todo el pueblo:
— Miren, esta piedra será testigo contra nosotros, pues ha oído todas las palabras que el Señor nos ha dicho; será también testigo contra ustedes para que no renieguen de su Dios.
28 Y Josué despidió al pueblo, regresando cada uno a su heredad.
IV.— APÉNDICE (24,29-33)
Muerte de Josué y de Eleazar
29 Después de estos acontecimientos, murió Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, a la edad de ciento diez años. 30 Fue sepultado en el término de su heredad, es decir, en Timná Séraj, que está al norte del monte Gaás, en la zona montañosa de Efraín.
31 Israel rindió culto al Señor durante toda la vida de Josué y de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que conocían las hazañas que el Señor había hecho en favor de Israel.
32 Los huesos de José, que los israelitas habían traído de Egipto, fueron enterrados en Siquén, en la parcela que había comprado Jacob a los hijos de Jamor, padre de Siquén, por cien monedas de plata, y que pasó a ser propiedad de los descendientes de José.
33 También murió Eleazar, hijo de Aarón; lo sepultaron en Guibeá, ciudad adjudicada a su hijo Finés, en la montaña de Efraín.
Pedro y Juan ante el Consejo Supremo
4 Aún estaban Pedro y Juan hablando al pueblo, cuando se presentaron allí los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos. 2 Estaban contrariados, porque los apóstoles seguían instruyendo al pueblo y proclamaban que la resurrección de entre los muertos se había realizado ya en la persona de Jesús. 3 Así que los detuvieron y, en vista de que era ya tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. 4 Pero muchos de los que habían escuchado el discurso de Pedro abrazaron la fe, por lo que el número de creyentes varones alcanzó la cifra de unos cinco mil. 5 Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén las autoridades, los ancianos y los maestros de la ley. 6 Estaban presentes Anás, que era sumo sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de la clase sacerdotal dirigente. 7 Hicieron comparecer a Pedro y a Juan, y les preguntaron:
— ¿Con qué poder y en nombre de quién han hecho esto?
8 Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió:
— Jefes del pueblo y ancianos: 9 hoy ha sido curado un enfermo, y se nos pregunta quién lo ha curado. 10 Pues bien, han de saber, tanto ustedes como todo el pueblo israelita, que este hombre se encuentra ahora sano ante sus ojos gracias a Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios ha resucitado. 11 Él es la piedra rechazada por ustedes los constructores, pero que ha resultado ser la piedra principal. 12 Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido autor de nuestra salvación.
13 Cuando vieron la seguridad con que se expresaban Pedro y Juan, que eran hombres sin cultura y sin instrucción, no salían de su asombro. Por una parte, no podían menos de reconocer que Pedro y Juan habían sido compañeros de Jesús; 14 por otra, allí estaba de pie, junto a ellos, el hombre que había sido curado. Así que, no sabiendo cómo replicarles, 15 les ordenaron salir de la sala del Consejo y se pusieron a deliberar entre ellos:
16 — ¿Qué vamos a hacer con estos hombres? Está claro para todos los habitantes de Jerusalén que, efectivamente, se ha realizado un milagro manifiesto por mediación de ellos; es algo que no podemos negar. 17 Sin embargo, para evitar que esto siga propagándose entre el pueblo, vamos a advertirles, bajo amenaza, que no hablen más a nadie de tal individuo.
18 Así que los llamaron y les prohibieron terminantemente que hablaran de Jesús o enseñaran en su nombre. 19 Pero Pedro y Juan les respondieron:
— ¿Les parece justo delante de Dios que los obedezcamos a ustedes antes que a él? 20 Por nuestra parte, no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.
21 Tras amenazarlos de nuevo, los dejaron libres. La verdad es que no hallaban forma de castigarlos sin enfrentarse con el pueblo, pues todos alababan a Dios por lo ocurrido; 22 además, el milagro de la curación se había realizado en un hombre de más de cuarenta años.
Oración unánime de los creyentes
23 En cuanto fueron puestos en libertad, Pedro y Juan se reunieron con los suyos y les contaron lo que los jefes de los sacerdotes y los ancianos les habían dicho. 24 Al enterarse, todos elevaron unánimes esta oración a Dios:
— Señor nuestro, tú has creado el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; 25 tú, por medio del Espíritu Santo, pusiste en boca de David, tu servidor y nuestro antepasado, estas palabras:
¿Por qué se alborotan las naciones
y hacen planes inútiles los pueblos?
26 Los reyes de la tierra se han aliado
y los poderosos se han confabulado
en contra del Señor y de su ungido.
27 Y realmente es cierto que, en esta ciudad, Pilato y Herodes se confabularon con los extranjeros y el pueblo israelita en contra de Jesús, tu santo servidor y Mesías. 28 Llevaron así a cabo todo lo que tu poder y tu voluntad habían decidido de antemano que sucediese. 29 Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan y concede a tus servidores anunciar tu mensaje con plena libertad. 30 Pon en juego tu poder, para que en el nombre de Jesús, tu santo servidor, se produzcan curaciones, señales milagrosas y prodigios.
31 Apenas terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Así pudieron luego proclamar el mensaje de Dios con plena libertad.
Compartir bienes
32 El grupo de los creyentes estaba totalmente compenetrado en un mismo sentir y pensar, y ninguno consideraba de su exclusiva propiedad los bienes que poseía, sino que todos los disfrutaban en común. 33 Los apóstoles, por su parte, daban testimonio de la resurrección de Jesús, el Señor, con toda firmeza, y se los miraba con gran simpatía. 34 Nadie entre los creyentes carecía de nada, pues los que eran dueños de haciendas o casas las vendían y entregaban el producto de la venta, 35 poniéndolo a disposición de los apóstoles para que estos lo distribuyeran conforme a la necesidad de cada uno. 36 Tal fue el caso de José, un chipriota de la tribu de Leví, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa “el que trae consuelo”; 37 vendió un terreno de su propiedad, trajo el importe y lo puso a disposición de los apóstoles.
El cinturón de lino
13 Me dijo el Señor:
— Ve a comprarte un cinturón de lino, y te lo ciñes a la cintura. Pero sin haberlo mojado antes.
2 Compré el cinturón, como me había mandado el Señor, y me lo ceñí a la cintura. 3 Entonces me dirigió el Señor la palabra por segunda vez, en estos términos:
4 — Toma el cinturón que has comprado y que llevas puesto; vete al Éufrates y cuando llegues, lo escondes en el hueco de una roca.
5 Yo fui y lo escondí en el Éufrates, conforme me había ordenado el Señor. 6 Después de cierto tiempo me dijo el Señor:
— Vete al Éufrates y cuando llegues, recoge el cinturón que te ordené esconder allí.
7 Fui al Éufrates, excavé en el sitio donde lo había escondido y recogí el cinturón. Y resulta que estaba podrido; no servía para nada. 8 Entonces me llegó la palabra del Señor en estos términos:
9 — Así dice el Señor: Del mismo modo dejaré que se pudra el orgullo de Judá y el desmedido orgullo de Jerusalén. 10 Este pueblo canalla que se niega a escuchar mis palabras, que sigue la maldad de su mente retorcida, que va tras dioses extraños dándoles culto y adorándolos, acabará como este cinturón que no sirve para nada. 11 Pues lo mismo que el cinturón se ajusta a la cintura del hombre, así hice yo que Israel y Judá se ajustaran a mí —oráculo del Señor—, de modo que fueran mi pueblo y mi renombre, mi gloria y mi honor. Pero no me escucharon.
Las cántaras de vino
12 Les dirás estas palabras:
— Así dice el Señor, Dios de Israel: Las cántaras se llenan de vino.
Te contestarán:
— ¿Te crees que no sabemos que las cántaras se llenan de vino?
13 Tú insistirás:
— Así dice el Señor: Voy a dejar completamente borrachos a todos los habitantes de esta tierra, a los reyes que se sientan en el trono de David, a los sacerdotes, a los profetas y a todos los habitantes de Jerusalén. 14 Haré que se destrocen entre sí, los padres con los hijos —oráculo del Señor—. No pienso conmoverme; ni piedad ni compasión impedirán que los destruya.
Advertencia antes del final
15 Escuchen y presten atención
sin orgullo, que habla el Señor.
16 Honren al Señor, su Dios,
antes de que irrumpa la oscuridad;
antes de que tropiecen sus pies
por los montes, a la hora del crepúsculo;
antes de que la luz que esperan
se convierta en sombras mortales,
se transforme en densa oscuridad.
17 Pero si no escuchan, lloraré
en secreto su arrogancia;
mis ojos llorarán cuando se lleven
deportado al rebaño del Señor.
Advertencia a la casa real
18 Di al rey y a la reina madre:
Tomen asiento en el suelo,
que ha caído de sus cabezas
la corona de su dignidad.
19 Las ciudades del Négueb están cercadas,
sin nadie que pueda romper el cerco;
Judá entera ha sido deportada,
ha sido deportada por completo.
Suerte de Jerusalén, infiel y recalcitrante
20 Levanta tus ojos,
mira a los que vienen del norte.
¿Dónde está el rebaño que se te confió,
las ovejas que eran tu gloria?
21 ¿Qué vas a decir, Jerusalén,
cuando ellos te castiguen,
tú que les habías enseñado
a tratarte como amigos?
Seguro que te aprietan los dolores,
igual que a mujer en parto.
22 Dirás para tus adentros:
“¿Por qué me ocurre a mí esto?”.
Debido a tus muchos pecados
te alzan las faldas y te violan.
23 ¿Cambia el etíope de piel
o un leopardo sus manchas?
Lo mismo pasa con ustedes:
¿Podrían practicar el bien
estando educados en el mal?
24 Los aventaré como paja que vuela
cuando sopla el viento de la estepa.
25 Esta es tu suerte, la paga medida
que te tengo asignada
—oráculo del Señor—,
por haberte olvidado de mí
y haber confiado en la mentira.
26 También yo te he levantado
el vestido hasta la cara:
que se vean tus vergüenzas,
27 adulterios y relinchos,
tus planes de prostituta.
Por las colinas del campo
vi tus abominaciones.
¡Ay de ti, Jerusalén,
que no estás purificada!
¿Hasta cuándo todavía?
Jesús ante Pilato (Mc 15,1; Lc 23,1-2; Jn 18,28-32)
27 Al amanecer el nuevo día, los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron el acuerdo de matar a Jesús. 2 Lo llevaron atado y se lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Muerte de Judas (Hch 1,18-19)
3 Entre tanto, Judas, el que lo había entregado, al ver que habían condenado a Jesús, se llenó de remordimientos y fue a devolver las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos 4 diciendo:
— ¡He pecado entregando a un inocente!
Ellos le contestaron:
— Eso es asunto tuyo y no nuestro.
5 Judas arrojó entonces el dinero en el Templo. Luego fue y se ahorcó. 6 Los jefes de los sacerdotes recogieron aquellas monedas y dijeron:
— Este dinero está manchado de sangre. No podemos ponerlo en el cofre de las ofrendas.
7 Así que acordaron emplearlo para comprar un terreno conocido como el Campo del Alfarero y destinarlo a cementerio de extranjeros. 8 Por esta razón, aquel campo recibió el nombre de Campo de Sangre, que es el que ha conservado hasta el día de hoy. 9 Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata, que fue el precio de aquel a quien tasaron los israelitas, 10 y compraron con ellas el campo del alfarero, de acuerdo con lo que el Señor me había ordenado.
Pilato interroga a Jesús (Mc 15,1-5; Lc 23,3-5; Jn 18,33)
11 Jesús compareció ante el gobernador, el cual le preguntó:
— ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
— Tú lo dices.
12 Y ya no habló más, a pesar de que los sacerdotes y los ancianos no dejaban de acusarlo.
13 Pilato le preguntó:
— ¿No oyes lo que estos están testificando contra ti?
14 Pero Jesús no le contestó ni una palabra, de manera que el gobernador se quedó muy extrañado.
Jesús sentenciado a muerte (Mc 15,6-15; Lc 23,13-25; Jn 18,39-40; 19,1.4-16)
15 En la fiesta de la Pascua, el gobernador romano solía conceder la libertad a un preso, el que la gente escogía. 16 Tenía en aquel momento un preso famoso, llamado Jesús Barrabás. 17 Viendo reunido al pueblo, Pilato preguntó:
— ¿A quién quieren ustedes que ponga en libertad: a Jesús Barrabás o a ese Jesús a quien llaman Mesías?
18 Y es que sabía que a Jesús lo habían entregado por envidia. 19 Mientras el gobernador estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió este recado: “Ese hombre es inocente. No te hagas responsable de lo que le suceda. Esta noche he tenido pesadillas horribles por causa suya”. 20 Pero los jefes de los sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. 21 El gobernador volvió a preguntar:
— ¿A cuál de estos dos quieren que conceda la libertad?
Ellos contestaron:
— ¡A Barrabás!
22 Pilato les dijo:
— ¿Y qué quieren que haga con Jesús, a quien llaman Mesías?
Todos contestaron:
— ¡Crucifícalo!
23 Insistió Pilato:
— ¿Cuál es su delito?
Pero ellos gritaban cada vez con más fuerza:
— ¡Crucifícalo!
24 Pilato, al ver que nada adelantaba sino que el alboroto crecía por momentos, mandó que le trajeran agua y se lavó las manos en presencia de todos, proclamando:
— ¡Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre! ¡Allá ustedes!
25 Y todo el pueblo a una respondió:
— ¡De su muerte nos hacemos responsables nosotros y nuestros hijos!
26 Entonces Pilato ordenó que pusieran en libertad a Barrabás, y les entregó a Jesús para que lo azotaran y lo crucificaran.
Los soldados se burlan de Jesús (Mc 15,16-20; Jn 19,2-3)
27 Acto seguido, los soldados del gobernador introdujeron a Jesús en el palacio y, después de reunir toda la tropa a su alrededor, 28 le quitaron sus ropas y le echaron un manto de color rojo sobre los hombros; 29 le pusieron en la cabeza una corona de espinas y una caña en su mano derecha. Después, hincándose de rodillas delante de él, le hacían burla, gritando:
— ¡Viva el rey de los judíos!
30 Y lo escupían y lo golpeaban con la caña en la cabeza. 31 Después de haberse burlado de él, le quitaron la túnica, lo vistieron con sus propias ropas y se lo llevaron para crucificarlo.
Jesús es crucificado (Mc 15,21-32; Lc 23,26-43; Jn 19.17-27)
32 Cuando salían, encontraron a un tal Simón, natural de Cirene, y lo obligaron a cargar con la cruz de Jesús. 33 Llegados al lugar llamado Gólgota (o sea, lugar de la Calavera), 34 ofrecieron a Jesús vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo.
35 Los que lo habían crucificado se repartieron sus ropas echándolas a suertes, 36 y se quedaron allí sentados para vigilarlo. 37 Por encima de la cabeza de Jesús fijaron un letrero con la causa de su condena; decía: “Este es Jesús, el rey de los judíos”. 38 Al mismo tiempo que a Jesús, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 39 Los que pasaban lo insultaban 40 y, meneando la cabeza, decían:
— ¡Tú que derribas el Templo y en tres días vuelves a edificarlo, sálvate a ti mismo! ¡Baja de la cruz si eres el Hijo de Dios!
41 De igual manera, los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos se burlaban de él diciendo:
42 — Ha salvado a otros, pero no puede salvarse a sí mismo. Que baje ahora mismo de la cruz ese rey de Israel y creeremos en él. 43 Puesto que ha confiado en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama. ¿Acaso no afirmaba que es el Hijo de Dios?
44 Hasta los ladrones que estaban crucificados junto a él lo llenaban de insultos.
Muerte de Jesús (Mc 15,33-41; Lc 23,44-49; Jn 19,28-30)
45 Desde el mediodía, toda la tierra quedó sumida en oscuridad hasta las tres de la tarde. 46 Hacia esa hora Jesús gritó con fuerza:
— Elí, Elí, ¿lemá sabaqtaní?, es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
47 Lo oyeron algunos de los que estaban allí y comentaron:
— Está llamando a Elías.
48 Al punto, uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre y sirviéndose de una caña se la acercó a Jesús para que bebiera. 49 Pero los otros le decían:
— Deja, veamos si viene Elías a salvarlo.
50 Jesús, entonces, lanzando otra vez un fuerte gritó, expiró.
51 De pronto, la cortina del Templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las rocas se resquebrajaron; 52 las tumbas se abrieron y resucitaron muchos creyentes ya difuntos. 53 Estos salieron de sus tumbas y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa donde se aparecieron a mucha gente.
54 El oficial del ejército romano y los que estaban con él vigilando a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que estaba sucediendo, exclamaron sobrecogidos de espanto:
— ¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!
55 Había también allí muchas mujeres contemplándolo todo de lejos. Eran las que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo. 56 Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Jesús es sepultado (Mc 13,42-47; Lc 23,50-56; Jn 19,38-42)
57 Al atardecer llegó un hombre rico llamado José, natural de Arimatea, que se contaba también entre los seguidores de Jesús. 58 Este hombre se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran, 59 y José, después de envolverlo en una sábana limpia, 60 lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra, cerrando con ella la entrada del sepulcro, y se marchó. 61 Entre tanto, María Magdalena y la otra María estaban allí sentadas frente al sepulcro.
El sepulcro bajo custodia
62 A la mañana siguiente, cuando ya había pasado el día de preparación, los jefes de los sacerdotes y los fariseos fueron juntos a ver a Pilato, 63 y le dijeron:
— Señor, nos hemos acordado de que aquel embaucador, cuando aún vivía, afirmó que iba a resucitar al tercer día. 64 Por eso debes ordenar que se asegure el sepulcro hasta que haya pasado el tercer día, no sea que sus seguidores vayan y roben el cuerpo, y luego digan al pueblo que ha resucitado. De donde el último engaño resultaría más grave que el primero.
65 Pilato les contestó:
— Ahí tienen un piquete de soldados; vayan ustedes mismos y aseguren el sepulcro como mejor les parezca.
66 Ellos fueron y aseguraron el sepulcro. Sellaron la piedra que lo cerraba y dejaron allí el piquete de soldados.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España