M’Cheyne Bible Reading Plan
Reinado de Joás (2 Re 12,1-22)
24 Joás comenzó a reinar a los siete años y reinó en Jerusalén durante cuarenta años. Su madre se llamaba Sibiá y era de Berseba. 2 Joás actuó correctamente ante el Señor durante toda la vida del sacerdote Joyadá. 3 Este le proporcionó dos esposas con las que tuvo hijos e hijas.
4 Algún tiempo después, Joás decidió restaurar el Templo del Señor. 5 Reunió a sacerdotes y levitas y les dijo:
— Recorran las ciudades de Judá y recauden dinero de todo Israel para reparar todos los años el Templo de su Dios. Y dense prisa.
Pero los levitas no se dieron prisa. 6 Entonces el rey llamó al sumo sacerdote Joyadá y le dijo:
— ¿Por qué no te has preocupado de que los levitas cobrasen a Judá y a Jerusalén el tributo impuesto por Moisés, el siervo del Señor, y la asamblea de Israel con destino a la Tienda del testimonio? 7 Porque la perversa Atalía y sus secuaces han destrozado el Templo de Dios y han dedicado a los baales todos los objetos consagrados del Templo.
8 Y el rey mandó hacer un cofre para colocarlo en la puerta del Templo, por fuera; 9 pregonando por Judá y Jerusalén que trajesen al Señor el tributo impuesto por Moisés, el siervo del Señor, a Israel en el desierto. 10 Todos los jefes y el pueblo traían contentos el dinero y lo echaban en el cofre, hasta que se llenaba. 11 Y cada vez que los levitas llevaban el cofre a la inspección real, si veían que había mucho dinero, venían el secretario real y el inspector del sumo sacerdote, vaciaban el cofre y lo colocaban de nuevo en su sitio. Repitiendo periódicamente la misma operación, recaudaban mucho dinero. 12 Luego el rey y Joyadá lo entregaban a los maestros de obras al servicio del Templo del Señor, y estos contrataban canteros, carpinteros y artesanos herreros y broncistas para reparar el Templo del Señor. 13 Los obreros trabajaron de firme e hicieron progresar las obras de restauración de tal manera, que restituyeron el Templo a su aspecto y solidez antiguos. 14 Cuando terminaron devolvieron el resto del dinero al rey y a Joyadá, quienes mandaron hacer con él utensilios para el Templo: utensilios para el culto y los holocaustos, vasos y otros objetos de oro y plata. Y mientras vivió Joyadá se ofrecieron continuamente holocaustos en el Templo del Señor.
15 Joyadá envejeció y murió de edad muy avanzada: cuando murió tenía ciento treinta años. 16 Fue sepultado con los reyes en la ciudad de David, pues había hecho el bien en Israel, con Dios y con su Templo.
17 Después de la muerte de Joyadá, los jefes de Judá vinieron a rendir homenaje al rey y el rey les prestó atención. 18 Pero luego se desentendieron del Templo del Señor, Dios de sus antepasados, y dieron culto a los postes sagrados y a los ídolos, pecado que desencadenó la cólera divina contra Judá y Jerusalén. 19 El Señor les envió profetas para hacerlos volver a él, pero no hicieron caso de sus advertencias. 20 Zacarías, hijo del sacerdote Joyadá, investido del espíritu de Dios, se enfrentó al pueblo y dijo:
— Esto dice Dios: ¿Por qué han transgredido los mandamientos del Señor? Nada ganarán con ello, pues, por haberlo abandonado, el Señor los abandonará.
21 Pero se confabularon contra él y, por orden del rey, lo apedrearon en el atrio del Templo del Señor. 22 El rey Joás se olvidó de la lealtad que le había profesado Joyadá, padre de Zacarías, y asesinó a su hijo, que al morir dijo:
— ¡Que el Señor sea testigo y les pida cuentas!
23 Al cabo de un año, el ejército sirio lo atacó, invadió Judá y Jerusalén y exterminó a todos los jefes del pueblo y envió todo el botín al rey de Damasco. 24 Aunque el ejército sirio contaba con pocos efectivos, el Señor hizo caer en su poder a un gran ejército, por haber abandonado al Señor, Dios de sus antepasados. Así hicieron justicia con Joás. 25 Cuando los sirios se retiraron, dejándolo gravemente enfermo, sus súbditos conspiraron contra él en venganza por la muerte del hijo del sacerdote Joyadá, lo hirieron en su lecho y murió. Lo sepultaron en la ciudad de David, fuera del panteón real. 26 Los conspiradores fueron Zabad, hijo de la amonita Simat, y Jozabat, hijo de la moabita Simrit. 27 Lo relativo a sus hijos, a los numerosos tributos recibidos y a la restauración del Templo, está escrito en el comentario al Libro de los Reyes. Su hijo Amasías le sucedió como rey.
Los dos testigos y la bestia
11 Recibí después una vara de medir semejante a un bastón, y me ordenaron:
— Ve, toma las medidas del Templo de Dios y de su altar y cuenta el número de sus adoradores. 2 Pero no midas el patio exterior; déjalo aparte, porque ha sido entregado como botín a las naciones, que hollarán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses. 3 Será entonces cuando yo envíe a mis dos testigos, para que, austeramente vestidos, proclamen el mensaje profético de Dios durante mil doscientos sesenta días. 4 Me refiero a los dos olivos y a los dos candeleros que se mantienen firmes en presencia del Señor de la tierra. 5 ¡Que nadie intente hacerles daño, pues de su boca sale fuego que devora a sus enemigos; irremisiblemente debe perecer quien intente hacerles daño! 6 Tienen poder para cerrar el cielo e impedir que llueva mientras proclaman su mensaje profético; pueden convertir el agua en sangre; pueden herir la tierra cuantas veces quieran con toda clase de calamidades. 7 Pero, una vez concluido su testimonio, surgirá del abismo la bestia, que entrará en combate contra ellos, los derrotará y los matará. 8 Sus cadáveres estarán expuestos al público en la plaza de la gran ciudad a la que se da el nombre simbólico de Sodoma y Egipto, y en la que fue también crucificado su Señor. 9 Tres días y medio estarán expuestos los cadáveres a la vista de gentes de todo pueblo, raza, lengua y nación, sin que nadie pueda darles sepultura. 10 Mientras tanto, se desbordará el júbilo y la alegría de los habitantes de la tierra por su muerte. Hasta se harán regalos unos a otros, ya que aquellos dos profetas les habían amargado la existencia. 11 Pero al cabo de los tres días y medio, Dios los hizo revivir y los puso de nuevo en pie, para asombro y terror de quienes los contemplaban.
12 Oí entonces una fuerte voz que les decía desde el cielo:
— Suban aquí.
Y subieron al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos. 13 En ese momento se desencadenó un formidable terremoto: la décima parte de la ciudad se derrumbó, y siete mil personas perecieron víctimas del terremoto. Los supervivientes, sobrecogidos de espanto, alabaron al Dios del cielo.
14 Atrás ha quedado la segunda calamidad, pero la tercera está a las puertas.
La séptima trompeta
15 El séptimo ángel tocó la trompeta, y se oyeron en el cielo voces poderosas que proclamaban:
— A nuestro Señor y a su Cristo pertenece el dominio del mundo, y lo ejercerá por siempre y para siempre.
16 Se postraron entonces rostro en tierra los veinticuatro ancianos que están sentados en sus tronos ante Dios, y adoraron a Dios, 17 diciendo:
— Gracias, Señor Dios, dueño de todo,
tú que existes desde siempre,
porque con tu inmenso poder
has establecido tu reinado.
18 Gracias, porque tu ira se ha hecho presente
destrozando el furor de las naciones
y porque ha sonado la hora del juicio,
la hora de premiar a tus siervos los profetas,
a los santos y a cuantos veneran tu nombre,
sean humildes o poderosos,
la hora de exterminar a los que corrompen la tierra.
19 En aquel instante se abrió el Templo de Dios que está en el cielo y dentro de él apareció el Arca de su alianza en medio de relámpagos, truenos fragorosos, temblores de tierra y un recio granizar.
Libro de los oráculos (7—8)
El ayuno conmemorativo
7 El año cuarto del reinado de Darío, en el día cuarto del noveno mes —el mes de Casleu—, el Señor dirigió su palabra a Zacarías. 2 Betel-Sareser había enviado a Réguem-Mélec, junto con sus colaboradores, para implorar el perdón del Señor 3 y preguntar a los sacerdotes del Templo del Señor del universo y a los profetas lo siguiente:
— ¿Debemos hacer duelo el quinto mes y ayunar tal como lo hemos hecho durante muchos años?
4 Entonces el Señor del universo me dirigió su palabra en estos términos:
5 — Di a los sacerdotes y a todo el pueblo de la tierra:
— Cuando ayunaban y hacían duelo en el quinto y séptimo mes desde hace ya setenta años, ¿acaso lo hacían para honrarme a mí? 6 Y cuando comían y bebían, ¿no lo hacían acaso para su provecho? 7 Además, ¿no eran ésas las palabras que el Señor pronunció por medio de los más antiguos profetas, cuando Jerusalén y las ciudades de su entorno estaban habitadas y vivían en paz, y cuando el Négueb y la Sefela estaban también habitados?
8 De nuevo el Señor dirigió su palabra a Zacarías:
9 — Así dice el Señor del universo: Juzguen con justicia y equidad, y practiquen con sus hermanos el amor y la fidelidad. 10 No opriman a la viuda, al huérfano, al extranjero o al pobre, y no maquinen en su interior nada malo contra el prójimo. 11 Pero no me hicieron caso, sino que me volvieron la espalda y, rebeldes, rehusaron escucharme. 12 Endurecieron como un diamante su corazón para no prestar oído a la ley ni a las palabras que el Señor del universo les dirigía inspirando a los antiguos profetas. A causa de ello el Señor del universo se enojó sobremanera. 13 Y así como el Señor llamó y ellos no escucharon, así yo —dice el Señor del universo— tampoco los escuché cuando me invocaron, 14 sino que los dispersé entre naciones que no conocían. La tierra quedó asolada cuando ellos la abandonaron y nadie pasaba por allí. Así es como convirtieron en desierto un país tan espléndido.
Alegoría del pastor y el rebaño
10 Les aseguro que quien no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino por cualquier otra parte, es un ladrón y un salteador. 2 El pastor de las ovejas entra por la puerta. 3 A este, el guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él las llama por su propio nombre y las hace salir fuera del aprisco. 4 Cuando ya han salido todas, camina delante de ellas y las ovejas siguen sus pasos, pues lo reconocen por la voz. 5 En cambio, nunca siguen a un extraño, sino que huyen de él, porque su voz les resulta desconocida. 6 Jesús les puso este ejemplo, pero ellos no comprendieron su significado.
Jesús, el buen pastor
7 Entonces Jesús les dijo:
— Les aseguro que yo soy la puerta del aprisco. 8 Todos los que se presentaron antes de mí eran ladrones y salteadores. Por eso, las ovejas no les hicieron ningún caso. 9 Yo soy la puerta verdadera. Todo el que entre en el aprisco por esta puerta, estará a salvo; entrará y saldrá libremente y siempre encontrará su pasto. 10 El ladrón sólo viene para robar, matar y destruir. Yo he venido para que todos tengan vida, y la tengan abundante.
11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor se desvive por las ovejas. 12 En cambio, el asalariado, que no es verdadero pastor ni propietario de las ovejas, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye, dejando que el lobo haga estragos en unas y ahuyente a las otras. 13 Y es que, al ser asalariado, las ovejas lo traen sin cuidado.
14 Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, 15 del mismo modo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y doy mi vida por las ovejas. 16 Tengo todavía otras ovejas que no están en este aprisco a las que también debo atraer; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor.
17 El Padre me ama porque yo entrego mi vida, aunque la recuperaré de nuevo. 18 Nadie me la quita por la fuerza; soy yo quien libremente la doy. Tengo poder para darla y para volver a recuperarla; y esta es la misión que debo cumplir por encargo de mi Padre.
19 Estas palabras de Jesús fueron la causa de una nueva división de opiniones entre los judíos. 20 Muchos decían:
— Está poseído de un demonio y ha perdido el juicio; ¿por qué le prestan atención?
21 Otros, en cambio, replicaban:
— Sus palabras no son precisamente las de un endemoniado. ¿Podría un demonio dar la vista a los ciegos?
Los judíos rechazan a Jesús
22 Se celebraba aquellos días la fiesta que conmemoraba la dedicación del Templo. Era invierno 23 y Jesús estaba paseando por el pórtico de Salomón, dentro del recinto del Templo. 24 Se le acercaron entonces los judíos, se pusieron a su alrededor y le dijeron:
— ¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres el Mesías, dínoslo claramente de una vez.
25 Jesús les respondió:
— Se lo he dicho y ustedes no me han creído. Mis credenciales son las obras que yo hago por la autoridad recibida de mi Padre. 26 Ustedes, sin embargo, no me creen, porque no son ovejas de mi rebaño. 27 Mis ovejas reconocen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. 28 Yo les doy vida eterna, jamás perecerán y nadie podrá arrebatármelas; 29 como no pueden arrebatárselas a mi Padre que, con su soberano poder, me las ha confiado. 30 El Padre y yo somos uno.
31 Intentaron otra vez los judíos apedrear a Jesús. 32 Pero él les dijo:
— Muchas obras buenas he hecho ante ustedes en virtud del poder de mi Padre; ¿por cuál de ellas quieren apedrearme?
33 Le contestaron:
— No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por haber blasfemado, ya que tú, siendo un hombre como los demás, pretendes hacerte pasar por Dios.
34 Jesús les replicó:
— ¿No está escrito en la ley que Dios dijo: Ustedes son dioses? 35 Si, pues, la ley llama dioses a aquellos a quienes fue dirigido el mensaje de Dios y, por otra parte, lo que dice la Escritura no puede ponerse en duda, 36 ¿con qué derecho me acusan de blasfemia a mí, que he sido elegido por el Padre para ser enviado al mundo, por haber dicho que soy Hijo de Dios? 37 Si no realizo las obras de mi Padre, no me crean; 38 pero, si las realizo, fíense de ellas, aunque no quieran fiarse de mí. De este modo conocerán y se convencerán de que el Padre está en mí, y yo en el Padre.
39 A la vista de estos discursos, los judíos intentaron, una vez más, apresar a Jesús; pero él se les escapó de las manos. 40 Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde tiempo atrás había estado bautizando Juan, y se quedó allí. 41 Acudía a él mucha gente, y decían:
— Cierto que Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo acerca de este era verdad.
42 Y fueron muchos los que en aquella región creyeron en él.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España