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The Daily Audio Bible

This reading plan is provided by Brian Hardin from Daily Audio Bible.
Duration: 731 days

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Traducción en lenguaje actual (TLA)
Version
1 Samuel 29-31

Los filisteos no confían en David

29 1-2 Los filisteos reunieron todo su ejército en Afec. Sus jefes marchaban al frente de grupos de cien y de mil soldados. Los israelitas, por su parte, acamparon cerca del arroyo que está en Jezreel.

Cuando los filisteos vieron que al final de su ejército pasaba el rey Aquís junto con David y sus hombres, le gritaron:

—¿Qué hacen aquí esos israelitas?

Y Aquís les contestó:

—Vienen con David, el que era ayudante de Saúl, el rey de Israel. David se apartó de Saúl, y hace ya más de un año que está conmigo. Desde entonces ha sido muy fiel. No tengo nada que decir en su contra.

Pero los jefes de los filisteos se enojaron mucho y le exigieron:

—Dile que se vaya de aquí, y que regrese a su país con todos sus hombres. ¿No te das cuenta de que podría volverse nuestro enemigo en la batalla? Con tal de ganarse otra vez la simpatía de Saúl, sería capaz de matar a nuestros soldados.

»Toma en cuenta que de él habla la canción: “Saúl mató a mil soldados, pero David mató a diez mil”.

Aquís llamó entonces a David, y le dijo:

—Te juro por Dios que yo no tengo nada contra ti. Desde el día que llegaste hasta hoy, tú has sido fiel conmigo. Pero los jefes de los filisteos no confían en ti. Así que regresa en paz, y no hagas enojar a los jefes del ejército.

Pero David protestó:

—¿De qué se me acusa? ¿En qué he ofendido a Su Majestad desde que empecé a servirle hasta hoy? ¿Por qué no me permite usted pelear contra sus enemigos?

Y Aquís le volvió a decir:

—Yo no tengo nada contra ti. En mi opinión, tú eres tan bueno como un ángel. Pero los jefes de los filisteos no quieren que vayas con nosotros a la batalla.

10 »Yo te agradecería que mañana temprano, en cuanto salga el sol, tú y tus hombres regresen a la ciudad que les di.

11 De modo que, al amanecer, David y sus hombres regresaron a la tierra de los filisteos. Mientras tanto, los filisteos se dirigieron a Jezreel.

David vence a los amalecitas

30 1-5 Al tercer día, David y sus hombres llegaron a Siclag y descubrieron que los amalecitas habían atacado el desierto del sur. A Siclag le habían prendido fuego y, aunque no mataron a nadie, se habían llevado como esclavos a mujeres, ancianos y niños. Entre las mujeres, se habían llevado a Ahinóam y a Abigail, las esposas de David.

Al ver esto, David y sus hombres se echaron a llorar, hasta que ya no tuvieron más fuerzas. Los hombres estuvieron a punto de apedrear a David, pues le echaban la culpa de que los amalecitas se hubieran llevado a sus mujeres y a sus hijos.

Sin embargo, David confiaba en que Dios podía ayudarlo, así que se animó y le dijo al sacerdote Abiatar, el hijo de Ahimélec: «Tráeme tu chaleco sacerdotal. Voy a consultar con Dios qué es lo que debo hacer».

Cuando Abiatar le llevó a David el chaleco sacerdotal, David consultó a Dios:

—¿Debo perseguir a esos bandidos? Y si los persigo, ¿los alcanzaré?

Dios respondió:

—Persíguelos, porque vas a alcanzarlos, y también vas a recuperar lo que se robaron.

Entonces David se fue con sus seiscientos hombres. Al llegar al arroyo de Besor, 10 doscientos de ellos estaban tan cansados que no lo pudieron cruzar y se quedaron allí.

David siguió persiguiendo a los amalecitas con los otros cuatrocientos hombres. 11-12 Más adelante, encontraron en el campo a un hombre desmayado. Estaba así porque en tres días no había comido ni bebido nada. Le dieron agua, un pedazo de pan de higos, y dos panes de pasas. Después de comer, aquel hombre se sintió mejor, 13 así que David le preguntó:

—¿De dónde vienes? ¿Al servicio de quién estás?

—Soy egipcio —contestó aquel hombre—. Mi amo es un amalecita. Hace tres días me enfermé, y mi amo me abandonó aquí. 14 Antes de eso, habíamos atacado varios lugares: el territorio de los filisteos, que está al sur, el de Judá y el de Caleb. También quemamos la ciudad de Siclag.

15 David le preguntó:

—¿Me puedes llevar a donde están los amalecitas?

—Te llevaré —contestó el egipcio—. Pero júrame por Dios que no me matarás ni me entregarás a mi amo.

David se lo juró, y el egipcio los condujo hasta ellos. 16 Al llegar, David y sus hombres encontraron a los amalecitas comiendo, bebiendo y danzando por todo el campamento. Estaban celebrando el haberles quitado a los filisteos y a los de Judá todo lo que tenían.

17 Al amanecer, David los atacó, y la batalla duró hasta la noche del día siguiente. David mató a todos los amalecitas. Sólo se salvaron cuatrocientos jóvenes, que montaron en camellos y lograron escapar.

18-19 David recobró todo lo que los amalecitas se habían llevado, y también rescató a sus dos esposas. No faltó ningún niño ni adulto, y ni siquiera el objeto más pequeño.

20 Además, David recobró todas las vacas y ovejas. Y los que iban guiando el ganado decían: «Ésta es la parte que le toca a David».

21 David y sus hombres regresaron al arroyo de Besor, donde se habían quedado con el equipaje los doscientos soldados que estaban muy cansados. Cuando ellos vieron que David se acercaba con los otros hombres, salieron a recibirlos. David les contestó el saludo.

22 Entre los hombres que habían ido con David a la batalla, no faltaron algunos malvados y envidiosos que le dijeron a David:

—A esos doscientos hombres que no vinieron con nosotros, no debemos darles nada de lo que les quitamos a los amalecitas. ¡Que se conformen con llevarse a sus mujeres y a sus hijos!

23 Pero David les dijo:

—No, hermanos míos, no debemos hacer eso. Después de todo, Dios nos ha dado todo esto, y nos cuidó y ayudó a vencer a esos amalecitas ladrones. 24 Además, nadie va a estar de acuerdo con ustedes, pues le debe tocar lo mismo al que va a la batalla que al que se queda a cuidar el equipaje.

25 David estableció esta ley en Israel, y desde entonces hasta ahora se ha cumplido.

26-31 De regreso en Siclag, David tomó una parte de lo que les había quitado a los amalecitas, y la envió a los lugares donde había estado con su gente, es decir, a Betel, a Ramot del desierto del sur, a Jatir, a Aroer, a Sifmot, a Estemoa y a Racal.

David también envió regalos a los que estaban en las ciudades de Jerahmeel y de los quenitas, y en Hormá, Corasán, Atac y Hebrón, entre otras. Junto con los regalos, les envió este mensaje: «Éste es un regalo para ustedes, de lo que les quité a los enemigos de Dios».

Muerte de Saúl y sus hijos (1 Cr 10.1-12)

31 Los filisteos lucharon contra los israelitas y los hicieron huir. A muchos de ellos los mataron en el cerro de Guilboa, y a Saúl y a sus hijos los persiguieron hasta matarlos. Así murieron Jonatán, Abinadab y Malquisúa. Luego concentraron sus fuerzas en el ataque a Saúl, y los arqueros filisteos lograron herirlo de muerte. Entonces Saúl le dijo a su escudero:

—Saca tu espada y mátame. Hazlo antes de que vengan esos extranjeros idólatras. De lo contrario, se burlarán de mí y me rematarán.

Pero su escudero tenía tanto miedo que no se atrevió a matarlo. Entonces Saúl tomó su espada y se echó sobre ella.

Al ver muerto a Saúl, también el escudero se echó sobre su espada y se mató. Así fue como Saúl, sus tres hijos, su escudero y todos sus hombres murieron el mismo día.

Cuando los israelitas del otro lado del valle vieron que el ejército de Israel había huido, y que Saúl y sus hijos estaban muertos, también ellos huyeron y abandonaron sus ciudades, lo mismo que la gente que vivía más allá del río Jordán. Entonces llegaron los filisteos y ocuparon esas ciudades.

Al otro día, mientras los filisteos les quitaban a los israelitas muertos sus objetos de valor, encontraron muertos en el cerro de Guilboa a Saúl y a sus tres hijos. Entonces a Saúl le cortaron la cabeza y le quitaron su armadura, y enviaron mensajeros a su país, para que dieran la noticia en los templos de sus dioses y entre todos los filisteos.

10-12 Más tarde, pusieron la armadura de Saúl en el templo de la diosa Astarté, y a Saúl y a sus hijos los colgaron de la muralla de Bet-sán.

Los israelitas que vivían en Jabés de Galaad supieron lo que los filisteos habían hecho con Saúl. Entonces un grupo de valientes viajó toda la noche y quitó de la muralla los cadáveres de Saúl y de sus hijos. Luego los llevaron a Jabés, y allí los quemaron. 13 Después de levantar sus huesos y enterrarlos bajo un árbol, ayunaron siete días en señal de luto.

Juan 11:55-12:19

55 Como ya faltaba poco tiempo para la fiesta de la Pascua, mucha gente iba desde sus pueblos a la ciudad de Jerusalén, a prepararse para la fiesta.[a] 56 Buscaban a Jesús, y cuando llegaron al templo se preguntaban unos a otros: «¿Qué creen ustedes? ¿Vendrá Jesús a celebrar la fiesta?»

57 Los sacerdotes principales y los fariseos habían ordenado que, si alguien veía a Jesús, fuera a avisarles, pues querían arrestarlo.

Una mujer perfuma los pies de Jesús

12 Seis días antes de que se celebrara la fiesta de la Pascua, Jesús fue al pueblo de Betania. Allí vivía Lázaro, el hombre a quien Jesús había resucitado.

En ese pueblo, unos amigos de Jesús hicieron una cena para él. Lázaro estaba sentado a la mesa con Jesús, y su hermana Marta servía la comida. María, su otra hermana, tomó una botella de un perfume muy caro[b] y perfumó los pies de Jesús. Después los secó con sus cabellos, y toda la casa se llenó con el olor del perfume.

Pero uno de los discípulos, que se llamaba Judas Iscariote, y que después traicionaría a Jesús, dijo:

—¡Mejor se hubiera vendido este perfume! Nos habrían dado el dinero de trescientos días de trabajo, y con él podríamos haber ayudado a los pobres.

6-8 Entonces Jesús le dijo a Judas:

—¡Déjala tranquila! Ella estaba guardando ese perfume para el día de mi entierro.[c] En cuanto a los pobres, siempre los tendrán cerca de ustedes, pero a mí no siempre me tendrán.

En realidad, a Judas no le importaban los pobres; dijo eso porque era un ladrón. Como él era el encargado de cuidar el dinero de Jesús y de los discípulos, a veces se lo robaba.

El plan para matar a Lázaro

Muchos de los judíos que vivían en Jerusalén se enteraron de que Jesús estaba en Betania; así que fueron allá, no sólo para verlo sino para ver también a Lázaro, a quien Jesús había resucitado.

10 Cuando los sacerdotes principales se enteraron de esto, planearon matar también a Lázaro, 11 pues por su culpa muchos judíos ya no querían nada con los sacerdotes, y se habían vuelto seguidores de Jesús.

Jesús entra en Jerusalén

12 Mucha gente había ido a la ciudad de Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Al día siguiente, cuando algunos escucharon que Jesús iba a llegar a la ciudad, 13 cortaron ramas de palmera y salieron a encontrarlo, gritando:

«¡Sálvanos, Dios nuestro!
¡Bendito el que viene de parte de Dios!
¡Bendito sea el Rey de Israel!»

14 Jesús, por su parte, se montó en un burrito que encontró en el camino. Así cumplió con lo que anunciaba la Biblia:

15 «¡No tengan miedo
habitantes de Jerusalén!

»¡Ya viene su Rey!
¡Viene montado en un burrito!»

16-19 Los que estuvieron presentes en Betania, cuando Jesús resucitó a Lázaro, habían contado en Jerusalén este milagro. Por eso la gente salió al encuentro de Jesús. Pero los fariseos se decían unos a otros: «Miren, ¡todos lo siguen! No vamos a poder hacer nada.»

Al principio, los discípulos de Jesús no entendían lo que estaba pasando; pero después de que Jesús murió y resucitó, se acordaron de que todo lo que le habían hecho a Jesús ya estaba anunciado en la Biblia.

Salmos 118:1-18

Dios nos ama

SALMO 118 (117)

118 ¡Alabemos a nuestro Dios!
¡Démosle gracias porque él es bueno!
¡Él nunca deja de amarnos!

Que lo repitan los israelitas:
«¡Dios nunca deja de amarnos!»

Que lo repitan los sacerdotes:
«¡Dios nunca deja de amarnos!»
Que lo repitan
los que adoran a Dios:
«¡Dios nunca deja de amarnos!»

Perdida ya toda esperanza,
llamé a mi Dios,
y él me respondió;
¡me liberó de la angustia!
Dios está conmigo:
no tengo miedo.
Nadie puede hacerme daño,
Dios está conmigo
y me brinda su ayuda.
¡Estoy seguro de ver la derrota
de los que me odian!

8-9 Vale más confiar en Dios
que confiar en gente importante.

10-11 Todas las naciones me rodearon;
me rodearon por completo,
pero Dios me ayudó a derrotarlas.
12 Me rodearon como avispas,
pero ardieron en el fuego como espinas;
¡Dios me ayudó a derrotarlas!

13 Me empujaron con violencia
para hacerme tropezar,
pero Dios vino en mi ayuda.
14 Dios me da fuerzas,
Dios inspira mi canto;
¡Dios es mi salvador!

15-16 Los justos, en sus casas,
repiten este grito de alegría:
«¡Dios con su poder
ha alcanzado la victoria!
¡Alabemos su poder!»

17 Aún no quiero morir.
Quiero vivir y seguir hablando
de lo que Dios ha hecho.
18 Él me castigó con dureza,
pero no me entregó a la muerte.

Proverbios 15:24-26

24 Los sabios van rumbo al cielo;
los tontos, rumbo a la muerte.

25 Dios derriba la casa del orgulloso,
pero protege los terrenos de las viudas.

26 Dios no soporta los planes malvados,
pero le agradan las palabras amables.