M’Cheyne Bible Reading Plan
La campaña de Ramot de Galaad (1 Re 22,4-35)
18 Josafat llegó a tener grandes riquezas y honores, y emparentó con Ajab. 2 Al cabo de unos años bajó a Samaría a visitar a Ajab, quien sacrificó en su honor y en el de sus acompañantes gran cantidad de ovejas y toros. Luego lo convenció para atacar Ramot de Galaad. 3 Ajab, el rey de Israel, propuso a Josafat, rey de Judá:
— ¿Quieres venir conmigo a Ramot de Galaad?
Josafat le respondió:
— Yo y mi gente estamos a tu disposición e iremos contigo a la guerra.
4 Y Josafat añadió al rey de Israel:
— Consulta antes al Señor.
5 El rey de Israel reunió a unos cuatrocientos profetas y les preguntó:
— ¿Podemos ir a atacar Ramot de Galaad o no?
Ellos le respondieron:
— Puedes ir, porque Dios te la va a entregar.
6 Pero Josafat preguntó:
— ¿No hay por aquí algún profeta del Señor al que podamos consultar?
7 El rey de Israel le respondió:
— Sí, aún queda alguien a través del cual podemos consultar al Señor: Miqueas, el hijo de Jimlá. Pero yo lo detesto, porque no me profetiza venturas, sino siempre desgracias.
Josafat le dijo:
— El rey no debe hablar así.
8 Entonces el rey de Israel llamó a un funcionario y le dijo:
— ¡Que venga inmediatamente Miqueas, el hijo de Jimlá!
9 El rey de Israel y Josafat, el rey de Judá, estaban sentados en sus tronos con sus vestiduras reales, en la plaza de la entrada de Samaría, mientras todos los profetas hacían profecías ante ellos. 10 Sedecías, el hijo de Quenaná, se hizo unos cuernos de hierro y decía:
— El Señor dice: “¡Con estos cuernos embestirás a los arameos hasta aniquilarlos!”.
11 Y todos los profetas profetizaban lo mismo:
— ¡Ataca a Ramot de Galaad, que tendrás éxito! ¡El Señor la entregará al rey!
12 Mientras, el mensajero que había ido a llamar a Miqueas le decía:
— Ten en cuenta que los profetas están anunciado unánimemente la victoria al rey, procura que tu profecía coincida también con la suya y anuncia la victoria.
13 Miqueas contestó:
— ¡Juro por el Señor que sólo le anunciaré lo que me diga mi Dios!
14 Cuando llegó ante el rey, este le preguntó:
— Miqueas, ¿podemos ir a atacar Ramot de Galaad o no?
Él le contestó:
— Ataquen, que tendrán éxito, pues el Señor se la entregará a ustedes.
15 Pero el rey le dijo:
— ¿Cuántas veces tendré que pedirte bajo juramento que me digas sólo la verdad en nombre del Señor?
16 Entonces Miqueas dijo:
— He visto a todo Israel disperso por los montes como un rebaño sin pastor y el Señor decía: “No tienen dueño; que vuelvan en paz a sus casas”.
17 El rey de Israel dijo a Josafat:
— ¿Qué te decía yo? No me profetiza venturas, sino desgracias.
18 Miqueas añadió:
— Por eso, escuchen la palabra del Señor. He visto al Señor sentado en su trono y toda la corte celeste estaba de pie, a su derecha y a su izquierda. 19 El Señor preguntó: “¿Quién confundirá a Ajab, el rey de Israel, para que ataque a Ramot de Galaad y perezca?”. Unos decían una cosa y otros, otra. 20 Entonces un espíritu se presentó ante el Señor y le dijo: “Yo lo confundiré”. Y el Señor preguntó: “¿Cómo lo harás?”. 21 Él respondió: “Iré y me convertiré en espíritu de mentira en boca de todos sus profetas”. A lo que el Señor dijo: “¡Conseguirás confundirlo! Vete y hazlo así”. 22 Ahora ya sabes que el Señor ha inspirado mentiras a estos profetas tuyos y ha anunciado tu desgracia.
23 Entonces Sedecías, el hijo de Quenaná, se acercó a Miqueas, le dio una bofetada y le dijo:
— ¿Es que me ha abandonado el espíritu del Señor para hablarte a ti?
24 Miqueas le respondió:
— Tú mismo lo verás el día en que vayas escondiéndote de casa en casa.
25 Entonces el rey de Israel ordenó:
— Agarren a Miqueas, entréguenselo a Amón, el gobernador de la ciudad, y al príncipe Joel 26 y díganles: “El rey ha ordenado que lo metan en la cárcel y que le racionen el pan y el agua hasta que el rey regrese sano y salvo”.
27 Miqueas le dijo:
— Si consigues regresar sano y salvo, es que el Señor no ha hablado por mi boca.
28 El rey de Israel y Josafat, el rey de Judá, fueron a atacar Ramot de Galaad. 29 El rey de Israel dijo a Josafat:
— Yo voy a disfrazarme para entrar en combate, pero tú conserva tus vestiduras reales.
Así que el rey de Israel entró en combate disfrazado. 30 El rey de Siria había ordenado a sus jefes de carros que no atacasen ni a soldados ni a oficiales; sólo al rey de Israel. 31 Cuando los jefes de carros vieron a Josafat creyeron que se trataba del rey de Israel y se dispusieron a atacarlo; pero Josafat se puso a gritar y el Señor lo ayudó, apartándolos de él, 32 pues cuando los jefes de los carros se dieron cuenta de que no era el rey de Israel, dejaron de perseguirlo. 33 Entonces un soldado lanzó una flecha al azar que hirió al rey de Israel, entrando por las juntas de la coraza. Inmediatamente el rey ordenó al conductor de su carro:
— Da la vuelta y sácame del campo de batalla, que estoy herido.
34 Pero en aquel momento la batalla se recrudeció tanto, que el rey tuvo que aguantar en su carro haciendo frente a los sirios hasta el atardecer, y a la caída del sol murió.
Los ciento cuarenta y cuatro mil
7 Vi después cuatro ángeles de pie sobre los cuatro puntos cardinales de la tierra. Sujetaban a los cuatro vientos, impidiendo que soplara viento alguno sobre la tierra, sobre el mar o sobre los árboles. 2 Desde el oriente, entre tanto, subía otro ángel, que llevaba consigo el sello del Dios vivo y que gritaba con voz poderosa a los cuatro ángeles encargados de arrasar la tierra y el mar. 3 Les decía:
— No causen daño a la tierra, al mar o a los árboles hasta que marquemos en la frente a los servidores de nuestro Dios.
4 Y pude oír el número de los marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil, tomados de todas las tribus de Israel.
5 Doce mil marcados por tribu:
de Judá, de Rubén y de Gad;
6 de Aser, de Neftalí y de Manasés;
7 de Simeón, de Leví y de Isacar;
8 de Zabulón, de José y de Benjamín.
Una muchedumbre inmensa ante el trono.
Doce mil marcados por cada una de las tribus.
9 Vi luego una muchedumbre inmensa, incontable. Gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; todos de pie delante del trono y del Cordero; todos vestidos con túnica blanca, llevando palmas en la mano 10 y proclamando con voz poderosa:
— La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.
11 Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, cayeron rostro en tierra delante del trono y adoraron a Dios, 12 diciendo:
— Amén. A nuestro Dios la alabanza,
la gloria, la sabiduría,
la acción de gracias, el honor,
el poder y la fuerza por siempre. Amén.
13 Entonces, uno de los ancianos me preguntó:
— ¿Quiénes son y de dónde han venido estos de las túnicas blancas?
14 Yo le respondí:
— Mi Señor, tú eres quien lo sabe.
Él me dijo:
— Estos son los que han pasado por la gran persecución, los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero. 15 Por eso están ante el trono de Dios, rindiéndole culto día y noche en su Templo; y el que está sentado en el trono los protege. 16 Ya no volverán a sentir hambre ni sed ni el ardor agobiante del sol. 17 El Cordero que está en medio del trono será su pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos.
Cuarta visión: el sumo sacerdote
3 Me mostró [el Señor] a Josué, el sumo sacerdote, que estaba de pie ante el ángel del Señor, mientras que Satán estaba a su derecha para acusarlo. 2 El ángel del Señor dijo a Satán:
— Que el Señor te amoneste, Satán; que el Señor que ha elegido a Jerusalén te amoneste. ¿No es acaso este un tizón sacado del fuego?
3 Estaba Josué vestido con ropas sucias de pie en presencia del ángel 4 que se dirigió a los que estaban junto a él y les ordenó:
— Quítenle esas ropas sucias.
A continuación dijo a Josué:
— Mira, te libro de tu pecado y te visto con traje de fiesta.
5 Y añadió:
— Que pongan un turbante limpio sobre su cabeza.
Pusieron, en efecto, sobre su cabeza un turbante limpio y lo revistieron de sus vestiduras. Entonces el ángel del Señor, que permanecía en pie, 6 hizo este pacto con Josué: 7 “Así dice el Señor del universo: Si sigues mis caminos y cumples mis preceptos, estarás al cargo de mi Templo, custodiarás mis atrios y te daré un puesto entre los que están a mi servicio”. 8 Escucha, además, sumo sacerdote Josué, tanto tú como los compañeros que se sientan ante ti y que constituyen un presagio profético: Miren que voy a suscitar a mi siervo Germen. 9 Y ahí está la piedra que pongo ante Josué, una piedra única que tiene siete ojos y sobre la que voy a grabar su inscripción —oráculo del Señor del universo—. En un solo día borraré la iniquidad de esta tierra, 10 y aquel día —oráculo del Señor del universo— se invitarán unos a otros a la sombra de la parra y de la higuera.
Cuarto signo (6,1-15)
La multiplicación de los panes (Mt 14,13-21; Mc 6,34-44; Lc 9,10-17)
6 Después de esto, Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea (o de Tiberíades). 2 Lo seguía mucha gente, porque veían los milagros que hacía con los enfermos. 3 Jesús subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos. 4 Estaba próxima la Pascua, fiesta principal de los judíos. 5 Al alzar Jesús la mirada y ver aquella gran multitud que acudía a él, dijo a Felipe:
— ¿Dónde podríamos comprar pan para que puedan comer todos estos?
6 Dijo esto para ver su reacción, pues él ya sabía lo que iba a hacer. 7 Felipe le respondió:
— Aunque se gastase uno el salario de más de medio año, no alcanzaría para que cada uno de estos probase un bocado.
8 Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, intervino diciendo:
9 — Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?
10 Jesús dijo entonces:
— Hagan que se sienten todos.
Se sentaron todos sobre la hierba, que era muy abundante en aquel lugar. Eran unos cinco mil hombres. 11 Jesús tomó los panes y, después de dar gracias a Dios, los distribuyó entre los que estaban sentados. Y lo mismo hizo con los peces, hasta que se hartaron. 12 Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:
— Recojan lo que ha sobrado, para que no se pierda nada.
13 Lo hicieron así, y con lo que sobró a quienes comieron de los cinco panes de cebada, llenaron doce cestos. 14 La gente, por su parte, al ver aquel milagro, comentaba:
— Este hombre tiene que ser el profeta que iba a venir al mundo.
15 Se dio cuenta Jesús de que pretendían llevárselo para proclamarlo rey, y se retiró de nuevo al monte él solo.
Quinto signo (6,16—8,59)
Jesús camina sobre el agua (Mt 14,22-27; Mc 6,45-52)
16 A la caída de la tarde, los discípulos de Jesús bajaron al lago, 17 subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya de noche y Jesús aún no los había alcanzado. 18 De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. 19 Habrían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que caminaba sobre el lago y se acercaba a la barca. Les entró mucho miedo, 20 pero Jesús les dijo:
— Soy yo. No tengan miedo.
21 Entonces quisieron subirlo a bordo, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían.
La gente busca a Jesús
22 Al día siguiente, la gente que continuaba al otro lado del lago advirtió que allí solamente había estado atracada una barca y que Jesús no se había embarcado en ella con sus discípulos, sino que estos habían partido solos. 23 Llegaron entre tanto de la ciudad de Tiberíades unas barcas y atracaron cerca del lugar en que la gente había comido el pan cuando el Señor pronunció la acción de gracias. 24 Al darse cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Discurso sobre el pan de vida
25 Los que buscaban a Jesús lo encontraron al otro lado y le preguntaron:
— Maestro, ¿cuándo llegaste aquí?
26 Jesús les contestó:
— Estoy seguro de que me buscan no por los milagros que han visto, sino porque comieron pan hasta saciarse. 27 Deberían preocuparse no tanto por el alimento transitorio, cuanto por el duradero, el que da vida eterna. Este es el alimento que les dará el Hijo del hombre, a quien Dios Padre ha acreditado con su sello.
28 Ellos le preguntaron:
— ¿Qué debemos hacer para portarnos como Dios quiere?
29 Jesús respondió:
— Lo que Dios espera de ustedes es que crean en su enviado.
30 Ellos replicaron:
— ¿Cuáles son tus credenciales para que creamos en ti? ¿Qué es lo que tú haces? 31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo.
32 Jesús les respondió:
— Yo les aseguro que no fue Moisés el que les dio pan del cielo. Mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. 33 El pan que Dios da, baja del cielo y da vida al mundo.
34 Entonces le pidieron:
— Señor, danos siempre de ese pan.
35 Jesús les contestó:
— Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed. 36 Pero ustedes, como ya les he dicho, no creen a pesar de haber visto. 37 Todo aquel que el Padre me confía vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí. 38 Porque yo he bajado del cielo, no para hacer lo que yo deseo, sino lo que desea el que me ha enviado. 39 Y lo que desea el que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha confiado, sino que los resucite en el último día. 40 Mi Padre quiere que todos los que vean al Hijo y crean en él, tengan vida eterna; yo, por mi parte, los resucitaré en el último día.
41 Los judíos comenzaron a criticar a Jesús porque había dicho que él era “el pan que ha bajado del cielo”. 42 Decían:
— ¿No es este Jesús, el hijo de José? Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?
43 Jesús replicó:
— Dejen ya de criticar entre ustedes. 44 Nadie puede creer en mí si no se lo concede el Padre que me envió; yo, por mi parte, lo resucitaré en el último día. 45 En los libros proféticos está escrito: Todos serán adoctrinados por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza, cree en mí. 46 Esto no significa que alguien haya visto al Padre. Solamente aquel que ha venido de Dios, ha visto al Padre. 47 Les aseguro que quien cree, tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de la vida. 49 Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. 50 Este, en cambio, es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. 51 Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo voy a dar es mi carne, entregada para que el mundo tenga vida.
52 Esto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, que se preguntaban:
— ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
53 Jesús les dijo:
— Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. 57 El Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo gracias a él; así también, el que me coma vivirá gracias a mí. 58 Este es el pan que ha bajado del cielo, y que no es como el que comieron los antepasados y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre.
59 Todo esto lo enseñó Jesús en la sinagoga de Cafarnaún.
Palabras de vida eterna
60 Al oír esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron:
— Esta enseñanza es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?
61 Jesús se dio cuenta de que muchos de sus seguidores criticaban su enseñanza, y les dijo:
— ¿Se les hace duro aceptar esto? 62 Pues ¿qué ocurriría si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? 63 Es el espíritu el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. 64 Pero algunos de ustedes no creen.
Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a traicionar.
65 Y añadió:
— Por eso les he dicho que nadie puede creer en mí si no se lo concede mi Padre.
66 Desde entonces, muchos discípulos suyos se volvieron atrás y ya no andaban con él. 67 Jesús preguntó a los Doce:
— ¿También ustedes quieren dejarme?
68 Simón Pedro le respondió:
— Señor, ¿a quién iríamos? Sólo tus palabras dan vida eterna. 69 Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
70 Jesús replicó:
— ¿No los elegí yo a los Doce? Sin embargo, uno de ustedes es un diablo.
71 Se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote. Porque Judas, que era uno de los Doce, lo iba a traicionar.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España