M’Cheyne Bible Reading Plan
Matanza de la familia real de Israel
10 Ajab tenía setenta hijos en Samaría. Jehú escribió cartas y las envió a Samaría, a los notables de Israel, a los ancianos y a los tutores de los hijos de Ajab. En ellas decía: 2 “Ya que tienen con ustedes a los hijos de su señor, carros y caballos, una ciudad fortificada y armamento, cuando reciban esta carta, 3 disciernan cuál es el mejor y el más recto entre los hijos de su señor, siéntenlo en el trono de su padre y defiendan la dinastía de su señor”.
4 Ellos quedaron aterrorizados y dijeron:
— Si dos reyes no han podido resistírsele, ¿cómo podremos nosotros?
5 Así que el mayordomo del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los preceptores mandaron a decir a Jehú:
— Somos tus servidores y haremos todo lo que nos digas, pero no proclamaremos a nadie rey. Haz lo que te parezca mejor.
6 Entonces Jehú les escribió otra carta que decía: “Si están conmigo y quieren obedecerme, vengan a verme mañana a estas horas a Jezrael, trayendo las cabezas de los descendientes de su señor”.
Los setenta hijos del rey vivían con los nobles de la ciudad, que se encargaban de criarlos. 7 Cuando recibieron la carta, mataron a los setenta hijos del rey, pusieron sus cabezas en cestos y se las enviaron a Jezrael. 8 Cuando llegó el mensajero, le comunicó:
— Ya han traído las cabezas de los hijos del rey.
Entonces Jehú ordenó:
— Déjenlas en dos montones a la entrada de la ciudad hasta mañana.
9 A la mañana siguiente, Jehú salió y, puesto en pie, dijo a todo el pueblo:
— Ustedes son inocentes. He sido yo quien ha conspirado contra mi señor y lo ha matado. Pero, ¿quién ha matado a todos estos? 10 Sepan, pues, que ninguna de las palabras que el Señor pronunció contra la dinastía de Ajab caerá en saco roto. El Señor ha realizado lo que anunció por medio de su siervo Elías.
11 Jehú mató a todos los supervivientes de la familia de Ajab en Jezrael y a todas sus autoridades, parientes y sacerdotes, hasta no dejar ni uno vivo.
Matanza de la familia real de Judá
12 Después emprendió el camino hacia Samaría y cuando llegó a Betequed de los Pastores 13 se encontró con los parientes de Ocozías, el rey de Judá, y les preguntó:
— ¿Quiénes son ustedes?
Ellos respondieron:
— Somos parientes de Ocozías, que venimos a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina madre.
14 Entonces Jehú ordenó:
— Agárrenlos vivos.
Los prendieron vivos y los degollaron junto al pozo de Betequed. Eran cuarenta y dos, y no se salvó ninguno.
Jehú y Jonadab contra los adoradores de Baal
15 Se fue de allí y se encontró con Jonadab, el hijo de Recab que había ido a visitarlo. Lo saludó y le preguntó:
— ¿Estás de acuerdo conmigo, como yo lo estoy contigo?
Jonadab respondió:
— Sí, lo estoy.
Jehú le dijo:
— Entonces dame la mano.
Le dio la mano y Jehú lo hizo subir con él en su carro. 16 Luego le dijo:
— Ven conmigo y comprobarás cómo defiendo la causa del Señor.
17 Cuando llegó a Samaría mató a todos los supervivientes de la familia de Ajab que había allí hasta exterminarlos, como el Señor había anunciado a Elías.
18 Luego convocó a toda la gente y les dijo:
— Si Ajab rindió culto a Baal, Jehú lo superará. 19 Así que, llámenme a todos los profetas de Baal y a todos sus fieles y sacerdotes sin excepción, porque quiero ofrecer a Baal un gran sacrificio. El que falte morirá.
Jehú actuaba con astucia para exterminar a los fieles de Baal. 20 A continuación ordenó:
— Anuncien una celebración solemne en honor de Baal.
21 La anunciaron. Luego envió mensajeros por todo Israel y llegaron todos los fieles de Baal, sin faltar ninguno. Entraron al templo de Baal y lo llenaron por completo. 22 Entonces Jehú ordenó al encargado del vestuario:
— Saca vestiduras para todos los fieles de Baal.
Él se las sacó. 23 Jehú y Jonadab, el hijo de Recab, entraron en el templo, y Jehú dijo a los fieles de Baal:
— Comprueben que aquí entre ustedes sólo hay fieles de Baal y que no hay fieles del Señor.
24 Luego entraron a ofrecer sacrificios y holocaustos. Jehú había dejado apostados fuera ochenta hombres con estas órdenes:
— El que deje escapar a alguno de los hombres que yo les entregue, lo pagará con su vida.
25 Y cuando concluyó el holocausto, Jehú ordenó a los guardias y oficiales:
— Entren y mátenlos. Que no escape ninguno.
Los guardias y oficiales los pasaron a cuchillo y los arrojaron fuera. Luego fueron al camarín del templo de Baal, 26 sacaron de allí la estatua de Baal y la quemaron. 27 Finalmente derribaron las columnas y el templo de Baal y convirtieron el lugar en una cloaca hasta el día de hoy. 28 Y así fue como Jehú erradicó de Israel a Baal.
Reinado de Jehú
29 Sin embargo, Jehú no se apartó de los pecados que Jeroboán, el hijo de Nabat, hizo cometer a Israel: los becerros de oro de Betel y Dan. 30 El Señor le dijo: “Porque has obrado bien y has actuado correctamente respecto a mí, ejecutando todo cuanto había dispuesto contra la dinastía de Ajab, tus descendientes se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación”.
31 Pero Jehú no se preocupó de cumplir de corazón la ley del Señor, Dios de Israel, ni se apartó de los pecados que Jeroboán hizo cometer a Israel.
32 Por entonces el Señor empezó a reducir el territorio de Israel. Jazael derrotó a Israel en todas sus fronteras, 33 desde el Jordán hacia el este, en todo el territorio de Galaad, Gad, Rubén y Manasés; y desde Aroer, junto al arroyo Arnón, hasta Galaad y Basán.
34 El resto de la historia de Jehú, todo cuanto hizo y sus hazañas, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 35 Cuando Jehú murió, fue enterrado en Samaría y su hijo Joacaz le sucedió como rey. 36 Jehú reinó sobre Israel en Samaría veintiocho años.
Introducción (1,1-5)
Saludo
1 Pablo, apóstol de Jesucristo por designio de Dios para anunciar la promesa de vida que se nos ha hecho en Cristo Jesús, 2 a Timoteo, hijo querido. Que Dios Padre y Cristo Jesús, Señor nuestro, te concedan gracia, misericordia y paz.
Acción de gracias
3 Doy gracias a Dios a quien sirvo con una conciencia limpia según me enseñaron mis progenitores, y te tengo siempre presente día y noche en mis oraciones.
4 Aún recuerdo tus lágrimas [de despedida]. ¡Ojalá pudiera verte de nuevo para llenarme de alegría 5 evocando tu sincera fe, esa fe que tuvieron primero tu abuela Loida y tu madre Eunice, y que no dudo tienes tú también!
I.— PRIMERA INVITACIÓN A LA FIDELIDAD (1,6—2,13)
Lealtad a Jesucristo
6 Por eso, te recuerdo el deber de reavivar el don que Dios te otorgó cuando impuse mis manos sobre ti. 7 Porque no es un espíritu de cobardía el que Dios nos otorgó, sino de fortaleza, amor y dominio de nosotros mismos. 8 Así que no te avergüences de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero; al contrario, sostenido por la fuerza de Dios, sufre juntamente conmigo por la propagación del mensaje evangélico. 9 Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a una vida consagrada a él, no porque lo merecieran nuestras obras, sino porque tal ha sido su designio conforme al don que se nos ha concedido por medio de Cristo Jesús antes que el tiempo existiera. 10 Un don que ahora se ha hecho manifiesto por la aparición de Cristo Jesús, nuestro Salvador, cuyo mensaje ha destruido la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad. 11 De ese mensaje Dios me ha constituido pregonero, apóstol y maestro. 12 Por su causa soporto todas estás penalidades. Pero no me avergüenzo; sé en quién he puesto mi confianza y estoy seguro de que tiene poder para proteger hasta el día del juicio la enseñanza que me ha confiado.
13 Toma como norma la auténtica enseñanza que me oíste acerca de la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. 14 Y, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros, guarda la hermosa enseñanza que te ha sido confiada.
Conducta ejemplar de Onesíforo
15 Ya sabes que todos los de la provincia de Asia, incluidos Figelo y Hermógenes, me han abandonado. 16 ¡Ojalá el Señor tenga misericordia de Onesíforo y su familia, pues él fue muchas veces mi paño de lágrimas y no sintió vergüenza al verme encarcelado! 17 Es más, apenas llegó a Roma, me buscó con afán hasta encontrarme. 18 Y tú sabes mejor que nadie los buenos servicios que me prestó en Éfeso; que el Señor le conceda su misericordia el día del juicio.
Promesa de felicidad
2 Los israelitas serán tantos como la arena del mar que no se cuenta ni se mide. Y en aquel lugar no se los llamará más No-Mi-Pueblo, sino Hijos del Dios vivo. 2 Los hijos de Judá y los hijos de Israel se reunirán, tendrán un solo jefe y desbordarán de la tierra porque será grande el día de Jezrael. 3 Llamen a sus hermanos: “Ammí” —pueblo mío—, y a sus hermanas: “Rujama” —amada mía—.
El pueblo rompe la alianza
4 Acusen, juzguen a su madre,
porque ella no es mi mujer
y yo no soy su marido;
que aparte de su persona
los signos de su prostitución
y, de entre sus senos,
las marcas de su adulterio.
5 Si no lo hace así,
la despojaré y la dejaré desnuda,
como en el día de su nacimiento;
la dejaré como un desierto,
la convertiré en tierra reseca
y la haré morir de sed.
6 Y no amaré a sus hijos,
porque son hijos de prostitución.
7 Se ha prostituido su madre,
está cubierta de vergüenza
la que los concibió. Decía:
“Me iré detrás de mis amantes,
los que me dan pan y agua,
lana y lino, aceite y bebidas”.
8 Pues bien, voy a cerrar
con espinos su camino
y a ponerle una valla
para que no encuentre el sendero.
9 Perseguirá a sus amantes,
pero no los encontrará;
los buscará y no los hallará.
Entonces dirá:
“Volveré a mi primer marido,
pues me iba mejor antes que ahora”.
10 Ella no comprendía que era yo
quien le daba el trigo,
el vino nuevo y el aceite;
y quien le facilitaba la plata y el oro
que utilizaba para hacer baales.
11 Por eso, volveré a recoger
mi trigo a su tiempo,
mi vino nuevo en su sazón,
y le quitaré mi lana y mi lino
que le di para cubrir su desnudez.
12 Entonces descubriré su infamia
delante de sus amantes
y nadie la librará de mi mano.
13 Haré cesar toda su alegría,
sus fiestas, novilunios y sábados,
y todas sus solemnidades.
14 Devastaré su viña y su higuera
de las que decía: “Son la paga
que me dieron mis amantes”.
Las convertiré en matorral
y las devorarán las bestias del campo.
15 Le pediré cuentas por los días
dedicados a los baales,
a los que quemaba incienso.
Luego se adornaba de sortijas y collares,
corría detrás de sus amantes
y se olvidaba de mí —oráculo del Señor—.
Inicio de un cambio: hacia la restauración de la unión
16 Pero he aquí que voy a seducirla:
la llevaré al desierto
y le hablaré al corazón.
17 Le devolveré sus viñas
y haré del valle de Acor
una puerta de esperanza;
y ella me responderá allí
como en los días de su juventud,
como el día en que salió de Egipto.
18 Y ese día —oráculo del Señor—
me llamarás “marido mío”
y nunca más “baal mío”.
19 Quitaré de su boca
los nombres de los baales
y no los recordará más.
20 En aquel día estableceré
a favor de ellos un pacto
con las bestias del campo,
con las aves que surcan el cielo
y los reptiles que se arrastran por la tierra;
en el país quebraré el arco,
la espada y la guerra
para que puedan descansar seguros.
21 Te desposaré para siempre;
te desposaré en justicia y en derecho,
con amor y con ternura.
22 Te desposaré en fidelidad
y me reconocerás como Señor.
23 Aquel día —oráculo del Señor—
me dirigiré a los cielos
que darán su respuesta a la tierra;
24 y la tierra dará el trigo,
el vino nuevo y el aceite
que serán para Jezrael.
25 Estableceré a mi pueblo en la tierra.
Amaré a Lo-Rujama —la-no-amada—,
y a Lo-Ammí —no-mi-pueblo—
le diré: “Tú eres mi pueblo”
y él responderá: “Y tú mi Dios”.
97 ¡Cuánto amo tu ley!
Sobre ella medito todo el día.
98 Más sabio que mis rivales me hace tu mandato,
porque él está siempre conmigo.
99 Soy más docto que todos mis maestros,
porque tus mandamientos medito.
100 Soy más sensato que los ancianos,
porque guardo tus preceptos.
101 Aparto mis pies del mal camino
para así respetar tu palabra.
102 No me desvío de tus decretos,
pues tú mismo me has instruido.
103 ¡Qué dulce a mi paladar es tu palabra,
en mi boca es más dulce que la miel!
104 Gracias a tus preceptos soy sensato,
por eso odio los senderos falsos.
105 Tu palabra es antorcha de mis pasos,
es la luz en mi sendero.
106 Hice un juramento y lo mantengo:
guardaré tus justos decretos.
107 Señor, es intenso mi dolor,
hazme vivir según tu promesa.
108 Acepta, Señor, las plegarias de mi boca
y enséñame tus decretos.
109 Siempre estoy en peligro,
pero no olvido tu ley.
110 Los malvados me tendieron una trampa,
pero yo no me aparté de tus preceptos.
111 Mi heredad perpetua
son tus mandamientos,
alegría de mi corazón.
112 He decidido cumplir tus normas,
mi recompensa será eterna.
113 Odio a los hipócritas
y amo, en cambio, tu ley.
114 Tú eres mi refugio y mi escudo,
en tu palabra pongo mi esperanza.
115 ¡Aléjense de mí, malvados,
que yo guardaré los mandatos de mi Dios!
116 Protégeme según tu promesa y viviré,
no defraudes mi esperanza.
117 Socórreme y estaré a salvo,
me entregaré siempre a tus normas.
118 Desprecias a quien se aparta de tus normas,
porque es mentira su astucia.
119 Rechazas como escoria a los malvados del país
y por eso yo amo tus mandatos.
120 Mi ser se estremece ante ti,
por tus decretos te venero.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España