The Daily Audio Bible
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11-12 Ante aquellos comentarios, David envió un mensaje a los sacerdotes Sadoc y Abiatar pidiéndoles que hablaran con los ancianos de Judá y les dijeran: «¿Por qué son ustedes los últimos en hacer volver al rey? Porque todo Israel está dispuesto a hacerlo, y solamente ustedes no se han pronunciado. Ustedes son mi tribu, sangre de mi sangre y carne de mi carne». 13 Y les ordenó que le dijeran a Amasá: «Por cuanto eres mi sobrino, que Dios me quite la vida si no te nombro jefe de mi ejército, en lugar de Joab».
14 Entonces Amasá convenció a todos los caudillos de Judá, y ellos respondieron como un solo hombre. Entonces mandaron este mensaje al rey: «Vuelva a nosotros y traiga consigo a todos los que lo acompañan». 15 Así que el rey emprendió el regreso hacia Jerusalén. Cuando llegaron al río Jordán, parecía que todos los de Judá habían ido a Guilgal a encontrarse con él y acompañarlo a cruzar el río. 16 Y Simí hijo de Guerá, benjamita que era oriundo de Bajurín, pasó corriendo entre los hombres de Judá para dar la bienvenida al rey David. 17 Mil hombres de la tribu de Benjamín estaban con él, incluyendo a Siba, el siervo de Saúl, con sus quince hijos y veinte criados. Habían ido apresuradamente al Jordán para llegar antes que el rey, 18 y trabajaron duramente ayudando a cruzar el río a la familia del rey y a los soldados, y los ayudaron en todas las formas que pudieron.
Cuando el rey acabó de cruzar el Jordán, Simí se postró delante de él, 19 y le rogó:
―Señor, rey mío, perdóneme las terribles cosas que hice cuando salía usted de Jerusalén. 20 Sé muy bien cuán grande ha sido mi pecado. Por eso he querido ser el primero de toda la tribu de José en saludarle.
21 Abisay hijo de Sarvia exclamó:
―¡Simí merece la muerte por haber maldecido al ungido del Señor!
22 ―No hables de esa manera —exclamó David—. Este no es día para castigar, sino día de celebración. Una vez más soy el rey de Israel.
23 Y volviéndose a Simí le dijo:
―Te perdono la vida.
24-25 También llegó de Jerusalén Mefiboset, nieto de Saúl. No se había lavado los pies ni la ropa, ni se había cortado la barba desde el día en que el rey salió de Jerusalén. El rey le preguntó:
―¿Por qué no viniste conmigo, Mefiboset?
26 Y él contestó:
―Mi rey y señor, mi siervo Siba me engañó. Yo le dije: “Prepara mi burro para que pueda ir con el rey”. Como usted sabe, yo soy cojo. 27 Luego Siba me calumnió diciendo que yo me había negado a acompañarle. Pero yo sé que usted es como un ángel de Dios. Haga lo que estime mejor. 28 Después de todo, mi familia y yo no merecíamos sino la muerte; sin embargo, mi señor el rey me ha honrado permitiéndome comer en su propia mesa. ¿Cómo podría yo quejarme?
29 ―Muy bien —respondió David—. Mi decisión es que tú y Siba se dividan la tierra por partes iguales.
30 ―Que él se quede con todo —dijo Mefiboset—. Para mí es suficiente regalo que usted haya regresado sano y salvo.
31-32 Barzilay el galaadita, que había provisto de alimentos al rey y a su ejército durante su exilio en Majanayin, también llegó de Roguelín para ayudar al rey a pasar el río. Ya estaba muy viejo, pues tenía unos ochenta años, pero era muy rico.
33 ―Ven conmigo y vive en Jerusalén —le dijo el rey a Barzilay—. Yo cuidaré de ti.
34 ―No —respondió él—, yo soy demasiado viejo para ello. 35 Ya tengo ochenta años y la vida ha perdido el gusto para mí. El alimento y el vino ya no me saben a nada, y ni siquiera puedo escuchar bien las voces de los cantores y cantoras. Yo sólo sería una carga para mi señor, el rey. 36 El único honor que quiero es cruzar el río con usted. 37 Y luego permítame que regrese y muera en mi ciudad, donde mi padre y mi madre están enterrados. Pero aquí está Quimán, su siervo. Que él vaya con usted a la ciudad y reciba todas las buenas cosas que usted quiera darle.
38 ―Bien —dijo el rey—. Quimán irá conmigo, y yo haré por él lo que habría hecho por ti.
39 Todo el pueblo cruzó el río Jordán con el rey; y después que David besó y dio su bendición a Barzilay, este regresó a su casa. 40 El rey siguió a Guilgal, llevando a Quimán consigo. Y la mayor parte de Judá y la mitad de Israel estaba allí para recibirlo. 41 Pero los hombres de Israel se quejaron al rey, porque solamente fueron hombres de Judá los que les ayudaron a cruzar al río a él y a su familia.
42 ―¿Por qué no? —respondieron los hombres de Judá—. El rey es de nuestra tribu. ¿Por qué esto les ha de causar enojo? ¿Acaso le hemos cobrado? Él no nos ha dado ni comida ni regalos.
43 ―Pero hay diez tribus en Israel —respondieron los otros—, de modo que tenemos diez veces más derecho delante del rey que ustedes. ¿Por qué no nos invitaron? No olviden que fuimos los primeros en hablar de hacer volver al rey.
La disputa continuó, y las palabras de los de Judá fueron más violentas que las de los de Israel.
Sabá se rebela contra David
20 Allí en Guilgal se hallaba un hombre perverso llamado Sabá hijo de Bicrí, de la tribu de Benjamín. Este tocó la trompeta y comenzó a gritar:
«¡No tenemos nada que ver con David! ¡Nada ganamos con seguir al hijo de Isaí! ¡Israelitas, váyanse a sus casas!».
2 Todos, menos Judá y Benjamín, abandonaron a David y siguieron a Sabá. Pero los hombres de Judá permanecieron junto a su rey, acompañándolo desde el Jordán hasta Jerusalén. 3 Cuando llegó a su palacio, David ordenó que las diez esposas que había dejado para que cuidaran la casa fueran puestas en reclusión. Siguió dándoles su sustento, pero no volvió a dormir con ellas. Así fue que, hasta el día de su muerte, esas mujeres vivieron encerradas y como si fueran viudas.
4 El rey ordenó a Amasá: «Espero que tú y las tropas de Judá estén aquí dentro de tres días». 5 Amasá salió a reunirlos, pero tardó más de los tres días que le habían sido dados. 6 Por eso David le dijo a Abisay: «Ese Sabá hijo de Bicrí nos va a causar más daño que Absalón. Toma, pues, mi guardia personal y persíguelo, no sea que entre en una ciudad fortificada donde no podamos alcanzarlo».
7 Abisay y Joab, junto con los mejores guerreros y con los quereteos, los peleteos y la guardia personal del rey, salieron de Jerusalén en persecución de Sabá.
8-10 Cuando llegaron a la gran roca que está en Gabaón, se encontraron cara a cara con Amasá. Joab usaba su uniforme ajustado con un cinturón y cargaba una daga envainada junto al muslo, la cual se le cayó mientras caminaba. Joab la recogió y se acercó a saludar a Amasá: «Estoy contento de verte, hermano mío» —dijo Joab—, y lo tomó de la barba con la mano derecha como para besarlo. Amasá no notó la daga que Joab tenía en la mano izquierda. Así que Joab se la clavó en el estómago, de tal manera que se le salieron las entrañas. No necesitó dar un segundo golpe, porque Amasá murió instantáneamente. Joab y su hermano Abisay lo dejaron muerto allí mismo, y continuaron la persecución de Sabá.
11 Uno de los jóvenes de Joab se paró junto al cadáver de Amasá y dijo: «¡Los que apoyen a David, que sigan a Joab!». 12 Todos los que pasaban por allí se detenían a ver a Amasá, pues todavía su cadáver seguía tendido en un charco de sangre, en medio del camino. Entonces el soldado arrastró el cadáver hacia un lado del camino y lo cubrió con una capa. 13 Luego, todos se fueron con Joab en persecución de Sabá.
Jesús y la pesca milagrosa
21 Después de esto, Jesús se apareció una vez más a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. Así fue como sucedió: 2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás al que llamaban el Gemelo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos.
3 Simón Pedro dijo:
―Me voy a pescar.
Ellos le contestaron:
―Nosotros vamos contigo. Salieron de allí y se subieron a la barca, pero esa noche no pescaron nada.
4 En la madrugada, Jesús estaba en la orilla, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era él.
5 Jesús les preguntó:
―Muchachos, ¿tienen algo de comer?
―No —contestaron ellos.
6 Jesús les dijo:
―Echen la red a la derecha de la barca, y pescarán algo.
Así lo hicieron, y ya no podían sacar la red del agua por tantos pescados que tenía.
7 El discípulo a quien Jesús quería mucho le dijo a Pedro:
―¡Es el Señor!
Cuando Simón Pedro le oyó decir: «Es el Señor», se puso la ropa, pues estaba casi desnudo, y se tiro al agua. 8 Los otros discípulos llegaron a la playa en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban como a cien metros de la orilla.
9 Al bajar a tierra, vieron una fogata con un pescado encima, y pan.
10 Jesús les dijo:
―Tráiganme algunos de los pescados que acaban de sacar.
11 Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, que estaba llena de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres pescados, y a pesar de ser tantos la red no se rompió.
12 Jesús les dijo:
―Vengan a desayunar.
Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor.
13 Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio a ellos, e hizo lo mismo con el pescado. 14 Esta era la tercera vez que Jesús se aparecía a sus discípulos después de haber resucitado.
Jesús restituye a Pedro
15 Después de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro:
―Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
Pedro le contestó:
―Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
―Cuida de mis corderos.
16 Jesús volvió a preguntarle:
―Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
―Si, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
―Cuida de mis ovejas.
17 Por tercera vez Jesús le preguntó:
―Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Pedro se puso triste de que Jesús le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?». Entonces le dijo:
―Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
―Cuida de mis ovejas. 18 Es verdad que cuando eras más joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras ir.
19 Jesús dijo esto para dar a entender de que manera moriría Pedro y así glorificaría a Dios. Después le dijo:
―¡Sígueme!
20 Pedro se volvió y vio que los seguía el discípulo al que Jesús quería mucho, el que se había acercado a Jesús en la cena y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que va a traicionarte?».
21 Cuando Pedro lo vio, le preguntó a Jesús:
―Señor, ¿y a este qué le va a pasar?
22 Jesús le contestó:
―Si quiero que él siga vivo hasta que yo regrese, ¿qué te importa a ti? Tú sígueme.
23 Por eso, entre los hermanos corrió el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no dijo que no moriría. Él dijo: «Si quiero que él siga vivo hasta que yo regrese, ¿qué te importa a ti?».
24 Este es el mismo discípulo que ha dicho todas estas cosas, y que las escribió. Y sabemos que lo que él dice es verdad.
25 Jesús hizo muchas otras cosas, tantas que, si se escribiera cada una de ellas, creo que en el mundo entero no cabrían los libros que se escribieran.
Cántico de los peregrinos.
120 En mi angustia, supliqué a Dios y me respondió. 2 Líbrame, Señor, de los mentirosos y de los calumniadores. 3 ¡Ah, lengua mentirosa! ¿Que hará Dios contigo? ¿Cómo aumentará tu sufrimiento? 4 Serás perforada con agudas flechas y quemada en las brasas.
5 ¡Ay de mí, que soy extranjero en Mésec, que he acampado entre las tiendas de Cedar! 6 Cansado estoy de habitar entre estos hombres que detestan la paz. 7 Soy partidario de la paz, pero si hablo de paz, ellos hablan de guerra.
16 Es mejor obtener sabiduría que oro; es mejor adquirir inteligencia que plata.
17 El camino del justo se aparta del mal; el que quiere salvar su vida, se fija por dónde va.
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