The Daily Audio Bible
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8 1-3 El primer día del mes de Etanim todo el pueblo se reunió en la plaza, frente a la entrada llamada del Agua. Allí estaban los hombres, las mujeres y todos los niños mayores de doce años. Entonces le pidieron a Esdras, el maestro y sacerdote, que trajera el libro de la Ley, la cual Dios había dado a los israelitas por medio de Moisés. Así que Esdras fue y trajo el libro, y lo leyó desde muy temprano hasta el mediodía. Todos los que estaban allí escucharon con mucha atención.
4-5 Esdras estaba de pie sobre una plataforma de madera que se había construido para esa ocasión, de manera que todos podían verlo. A su derecha, también de pie, estaban Matatías, Sema, Anías, Urías, Hilquías y Maaseías. A su izquierda estaban Pedaías, Misael, Malquías, Hasum, Hasbadana, Zacarías y Mesulam. Cuando abrió el libro, todos se pusieron de pie. 6 Entonces Esdras alabó al Dios todopoderoso, y todos, con los brazos en alto, dijeron: «¡Sí, sí, alabado sea Dios!» Luego se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente y adoraron a Dios.
7-8 Después de esto, los siguientes ayudantes de los sacerdotes ayudaron al pueblo a entender la ley de Dios:
Josué,
Baní,
Serebías,
Jamín,
Acub,
Sabtai,
Odías,
Maaseías,
Quelitá,
Azarías,
Jozabad,
Hanán,
Pelaías.
Ellos leían y traducían con claridad el libro para que el pueblo pudiera entender. 9 Y al oír lo que el libro decía, todos comenzaron a llorar. Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote Esdras y los ayudantes le dijeron a la gente: «¡No se pongan tristes! No lloren, porque este día está dedicado a nuestro Dios». 10 Esdras también les dijo: «¡Hagan fiesta! Coman de lo mejor, beban vino dulce; inviten a los que no tengan nada preparado. Hoy es un día dedicado a nuestro Dios, así que no se pongan tristes. ¡Alégrense, que Dios les dará fuerzas!»
11 Los ayudantes de los sacerdotes también calmaban al pueblo y le decían: «Cállense. No lloren, porque éste es un día dedicado a Dios. No hay motivo para estar tristes».
12 Así que todos se fueron y organizaron una gran fiesta para celebrar que habían entendido la lectura del libro de la Ley. Todos fueron invitados a la fiesta, y comieron y bebieron con alegría.
13 Al segundo día, los jefes de todos los grupos familiares, los sacerdotes y sus ayudantes se reunieron con Esdras para estudiar el libro de la Ley. 14 Se dieron cuenta entonces de que Dios había ordenado por medio de Moisés que todos ellos debían vivir en enramadas[a] durante la fiesta religiosa del mes de Etanim.[b] 15 También se dieron cuenta de que debían dar a conocer en Jerusalén, y en todos los pueblos vecinos, la siguiente orden: «Vayan a los cerros a buscar ramas de olivo, de arrayán, de palmeras o de cualquier otro árbol lleno de hojas, para que hagan las enramadas que ordena la Ley».
16 Así que la gente salió a buscar ramas, y cada uno construyó con ellas su propia enramada. Unos la hicieron en el piso alto de la casa, otros la hicieron en el patio, y aun otros la hicieron en la plaza del templo de Dios, frente a la entrada del Agua y frente a la entrada de Efraín. 17 Todos los que habían vuelto de Babilonia hicieron enramadas y se colocaron debajo de ellas. Estaban muy alegres, pues desde la época de Josué hijo de Nun hasta aquel día, los israelitas no habían celebrado esta fiesta. 18 La fiesta duró siete días, y en cada uno de ellos Esdras leyó el libro de la Ley de Dios. Al octavo día celebraron un culto para adorar a Dios siguiendo las instrucciones del libro de la Ley.
Confesión de pecado
9 El día veinticuatro del mes de Etanim,[c] los israelitas se reunieron para ayunar. Para demostrar que estaban arrepentidos, se pusieron ropas ásperas y se echaron tierra sobre la cabeza. 2 Después de apartarse de todos los extranjeros, se pusieron de pie, confesaron sus pecados y reconocieron la maldad de sus antepasados. 3 Durante tres horas permanecieron en ese mismo lugar, mientras se les leía el libro de la Ley de Dios. Las tres horas siguientes las dedicaron a confesar sus pecados y a adorar a Dios. 4-5 Josué, Binuy, Cadmiel, Sebanías, Binui, Serebías, Baní, Quenaní, Hasabnías, Odías y Petahías, que eran ayudantes de Nehemías y estaban en la plataforma, oraron a Dios en voz alta:
«¡Bendito sea nuestro poderoso Dios!
¡Alabémoslo hoy, mañana y siempre!
¡Dios nuestro,
no son suficientes las palabras
para darte la alabanza que mereces!»
6 Luego el pueblo oró así:
«Tú eres el único Dios verdadero.
Tú hiciste el cielo y las estrellas,
y lo que está más allá del cielo.
Hiciste la tierra, los mares
y todo lo que hay en ellos.
Tú das vida a todo lo que existe,
y las estrellas del cielo te adoran.
7 »Dios nuestro,
tú elegiste a Abram,
lo sacaste de Ur,
ciudad de los caldeos.
Le cambiaste el nombre
y lo llamaste Abraham.
8 Podías confiar en él,
y por eso le prometiste
hacer de sus descendientes
los dueños de un gran territorio.
»Ese territorio lo ocupaban
los cananeos y los hititas,
los amorreos y los ferezeos,
los jebuseos y los gergeseos.
¡Y tú cumpliste la promesa!
¡En ti se puede confiar!
9 »Nuestros antepasados
sufrieron mucho en Egipto,
pero tú te fijaste en ellos
y escuchaste sus quejas
a orillas del Mar de los Juncos.
10 Enviaste terribles castigos
al rey de Egipto,
a sus ayudantes
y a todo su pueblo,
porque trataron con crueldad
a nuestros antepasados.
Así te ganaste la fama
que hasta ahora tienes.
11 »Ante nuestros antepasados
dividiste el mar en dos,
para que cruzaran por tierra seca.
Pero a los egipcios
los hundiste en el agua;
¡los hiciste caer como piedras
hasta el fondo del mar!
12 De día guiaste a tu pueblo
con una columna de nube;
de noche lo dirigiste
con una columna de fuego.
Tú les mostraste el camino
que debían seguir.
13-14 »Después bajaste
al monte Sinaí,
y hablaste desde el cielo
a nuestros antepasados.
Allí les diste tus mandamientos
por medio de Moisés, tu servidor.
Y les ordenaste descansar
en el día sábado,
para que te adoraran.
15 Les enviaste pan del cielo
para calmar su hambre,
y sacaste agua de la roca
para calmar su sed.
También les ordenaste
conquistar la tierra
que les habías prometido.
16 »Pero nuestros antepasados
fueron orgullosos y tercos;
no te obedecieron.
17-18 Se olvidaron de los milagros
que tú hiciste en su favor.
Fueron desobedientes
y nombraron a un jefe
para que los llevara a Egipto,
de vuelta a la esclavitud.
Luego hicieron un toro de metal
y dijeron que ése era su dios,
el dios que los sacó de Egipto.
Pero tú no los abandonaste,
pues eres tierno y compasivo,
y siempre estás dispuesto a perdonar.
No te enojas con facilidad,
y es tanto tu amor
que en ti se puede confiar.
19 »No dejaste de guiarlos
ni de día ni de noche;
no los abandonaste en el desierto,
pues los amabas mucho.
20 Fuiste bueno con ellos
y con tu espíritu de bondad
les enseñaste a vivir.
No dejaste de enviarles
el maná para comer
ni el agua para calmar su sed.
21 Cuarenta años los alimentaste
y nada les faltó en el desierto.
Tampoco se les gastó la ropa
ni se les hincharon los pies.
Los derechos de los servidores de Dios
9 Yo soy libre. Soy apóstol. He visto al Señor Jesús. Y gracias a mi trabajo, ahora ustedes son de Cristo. 2 Aunque otros piensen que no soy apóstol, para ustedes sí lo soy; ustedes son cristianos, y eso demuestra que realmente soy un apóstol.
3 A los que discuten conmigo, yo les respondo 4 que Bernabé y yo también tenemos derecho a recibir comida y bebida por el trabajo que hacemos. 5 También tenemos derecho a que nuestra esposa nos acompañe en nuestros viajes. Así lo hacen Pedro y los otros apóstoles, y los hermanos de Jesucristo. 6 ¿Acaso Bernabé y yo somos los únicos que estamos obligados a trabajar para vivir? 7 En el ejército, ningún soldado paga sus gastos. Los que cultivan uvas, comen de las uvas que recogen. Y los que cuidan cabras, toman de la leche que ordeñan. 8 Ésta no es una opinión mía, sino que así lo enseña la Biblia. 9 Porque en los libros que escribió Moisés leemos: «No impidan que el buey coma mientras desgrana el trigo.»[a] Y si la Biblia dice eso, no es porque Dios se preocupe de los bueyes, 10 sino porque se preocupa por nosotros. Tanto los que preparan el terreno como los que desgranan el trigo lo hacen con la esperanza de recibir parte de la cosecha. 11 De la misma manera, cuando nosotros les comunicamos a ustedes la buena noticia, es como si sembráramos en ustedes una semilla espiritual. Por eso, como recompensa por nuestro trabajo, tenemos derecho a que ustedes nos den lo necesario para vivir. 12 Si otros tienen ese derecho, con más razón lo tenemos nosotros. Pero no hemos hecho valer ese derecho, sino que todo lo hemos soportado, con tal de no crear problemas al anunciar la buena noticia de Cristo.
13 Ustedes saben que los que trabajan en el templo viven de lo que hay en el templo. Es decir, que los que trabajan en el altar del templo, comen de los animales que allí se sacrifican como ofrenda a Dios. 14 De la misma manera, el Señor Jesús mandó que los que anuncian la buena noticia vivan de ese mismo trabajo. 15 Sin embargo, yo nunca he reclamado ese derecho. Tampoco les escribo esto para que me den algo. ¡Prefiero morirme antes de que alguien me quite la satisfacción de ser apóstol sin sueldo!
16 Yo no anuncio la buena noticia de Cristo para sentirme importante. Lo hago porque Dios así me lo ordenó. ¡Y pobre de mí si no lo hago! 17 Yo no puedo esperar que se me pague por anunciar la buena noticia, pues no se me preguntó si quería hacerlo; ¡se me ordenó hacerlo! 18 Pero entonces, ¿qué gano yo con eso? ¡Nada menos que la satisfacción de poder anunciar la buena noticia, sin recibir nada a cambio! Es decir, anunciarla sin hacer valer mi derecho de vivir de mi trabajo como apóstol.
12 ¡Dios mío,
tú bendices al pueblo
que te reconoce como Dios!
¡Tú bendices a la nación
que te acepta como dueño!
13-14 Desde tu trono en el cielo
te fijas en toda la gente;
desde tu trono vigilas
a todos los habitantes del mundo.
15 Tú creaste la mente humana
y sabes bien lo que todos hacen.
16 No hay rey que se salve
por tener muchos soldados,
ni hay valiente que se libre
por tener mucha fuerza.
17 De nada sirven los caballos
para ganar una guerra,
pues a pesar de su fuerza
no pueden salvar a nadie.
18 Pero tú cuidas siempre
de quienes te respetan
y confían en tu amor.
19 En tiempos de escasez,
no los dejas morir de hambre.
20 Tú nos das tu ayuda,
nos proteges como escudo.
Por eso confiamos en ti.
21 Nuestro corazón se alegra
porque en ti confiamos.
22 Dios nuestro,
¡que nunca nos falte tu amor,
pues eso esperamos de ti!
11 Jóvenes sin experiencia,
acepten el consejo de los sabios,
y aprendan del castigo a los malcriados.
12 Dios es justo, y sabe bien
lo que piensa el malvado;
por eso acaba por destruirlo.
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