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The Daily Audio Bible

This reading plan is provided by Brian Hardin from Daily Audio Bible.
Duration: 731 days

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Nueva Traducción Viviente (NTV)
Version
Éxodo 2:11-3:22

Moisés huye a Madián

11 Muchos años después, cuando ya era adulto, Moisés salió a visitar a los de su propio pueblo, a los hebreos, y vio con cuánta dureza los obligaban a trabajar. Durante su visita, vio que un egipcio golpeaba a uno de sus compatriotas hebreos. 12 Entonces Moisés miró a todos lados para asegurarse de que nadie lo observaba, y mató al egipcio y escondió el cuerpo en la arena.

13 Al día siguiente, cuando Moisés salió de nuevo a visitar a los de su pueblo, vio a dos hebreos peleando.

—¿Por qué le pegas a tu amigo?—le preguntó Moisés al que había empezado la pelea.

14 El hombre le contestó:

—¿Quién te nombró para ser nuestro príncipe y juez? ¿Vas a matarme como mataste ayer al egipcio?

Entonces Moisés se asustó y pensó: «Todos saben lo que hice». 15 Efectivamente, el faraón se enteró de lo que había ocurrido y trató de matar a Moisés; pero él huyó del faraón y se fue a vivir a la tierra de Madián.

Cuando Moisés llegó a Madián, se sentó junto a un pozo. 16 El sacerdote de Madián tenía siete hijas, quienes fueron al pozo como de costumbre para sacar agua y llenar los bebederos para los rebaños de su padre. 17 Pero llegaron unos pastores y las echaron de allí. Entonces Moisés se levantó de un salto y las rescató de los pastores. Luego sacó agua para los rebaños de las muchachas.

18 Cuando las jóvenes regresaron a la casa de Reuel, su padre, él les preguntó:

—¿Por qué hoy han regresado tan pronto?

19 —Un egipcio nos rescató de los pastores—contestaron ellas—; después nos sacó agua y dio de beber a nuestros rebaños.

20 —¿Y dónde está ese hombre?—les preguntó el padre—. ¿Por qué lo dejaron allí? Invítenlo a comer con nosotros.

21 Moisés aceptó la invitación y se estableció allí con Reuel. Con el tiempo, Reuel le entregó a su hija Séfora por esposa. 22 Más tarde, ella dio a luz un hijo, y Moisés lo llamó Gersón,[a] pues explicó: «He sido un extranjero en tierra extraña».

23 Con el paso de los años, el rey de Egipto murió; pero los israelitas seguían gimiendo bajo el peso de la esclavitud. Clamaron por ayuda, y su clamor subió hasta Dios, 24 quien oyó sus gemidos y se acordó del pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob. 25 Miró desde lo alto a los hijos de Israel y supo que ya había llegado el momento de actuar.[b]

Moisés y la zarza ardiente

Cierto día Moisés se encontraba apacentando el rebaño de su suegro, Jetro,[c] quien era sacerdote de Madián. Llevó el rebaño al corazón del desierto y llegó al Sinaí,[d] el monte de Dios. Allí el ángel del Señor se le apareció en un fuego ardiente, en medio de una zarza. Moisés se quedó mirando lleno de asombro porque aunque la zarza estaba envuelta en llamas, no se consumía. «Esto es increíble—se dijo a sí mismo—. ¿Por qué esa zarza no se consume? Tengo que ir a verla de cerca».

Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba para observar mejor, Dios lo llamó desde el medio de la zarza:

—¡Moisés! ¡Moisés!

—Aquí estoy—respondió él.

—No te acerques más—le advirtió el Señor—. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre,[e] el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.

Cuando Moisés oyó esto, se cubrió el rostro porque tenía miedo de mirar a Dios.

Luego el Señor le dijo:

—Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. He oído sus gritos de angustia a causa de la crueldad de sus capataces. Estoy al tanto de sus sufrimientos. Por eso he descendido para rescatarlos del poder de los egipcios, sacarlos de Egipto y llevarlos a una tierra fértil y espaciosa. Es una tierra donde fluyen la leche y la miel, la tierra donde actualmente habitan los cananeos, los hititas, los amorreos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. ¡Mira! El clamor de los israelitas me ha llegado y he visto con cuánta crueldad abusan de ellos los egipcios. 10 Ahora ve, porque te envío al faraón. Tú vas a sacar de Egipto a mi pueblo Israel.

11 Pero Moisés protestó:

—¿Quién soy yo para presentarme ante el faraón? ¿Quién soy yo para sacar de Egipto al pueblo de Israel?

12 Dios contestó:

—Yo estaré contigo. Y esta es la señal para ti de que yo soy quien te envía: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, adorarán a Dios en este mismo monte.

13 Pero Moisés volvió a protestar:

—Si voy a los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes”, ellos me preguntarán: “¿Y cuál es el nombre de ese Dios?”. Entonces, ¿qué les responderé?

Dios le contestó a Moisés:

14 Yo Soy el que Soy.[f] Dile esto al pueblo de Israel: “Yo Soy me ha enviado a ustedes”.

15 Dios también le dijo a Moisés:

—Así dirás al pueblo de Israel: “Yahveh,[g] el Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes.

Este es mi nombre eterno,
    el nombre que deben recordar por todas las generaciones”.

16 »Ahora ve y reúne a los ancianos de Israel y diles: “Yahveh, el Dios de sus antepasados—el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob—se me apareció y me dijo: ‘He estado observando de cerca y veo el trato que reciben de los egipcios. 17 Prometí rescatarlos de la opresión que sufren en Egipto. Los llevaré a una tierra donde fluyen la leche y la miel, la tierra donde actualmente habitan los cananeos, los hititas, los amorreos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos’”.

18 »Los ancianos de Israel aceptarán tu mensaje. Entonces tú y los ancianos se presentarán ante el rey de Egipto y le dirán: “El Señor, Dios de los hebreos, vino a nuestro encuentro. Así que permítenos, por favor, hacer un viaje de tres días al desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios”.

19 »Pero yo sé que el rey de Egipto no los dejará ir a menos que sea forzado por una mano poderosa.[h] 20 Así que levantaré mi mano y heriré a los egipcios con todo tipo de milagros que realizaré entre ellos. Entonces, al fin, el faraón los dejará ir. 21 Además haré que los egipcios los miren con agrado. Les darán obsequios cuando salgan, de modo que no se irán con las manos vacías. 22 Toda mujer israelita pedirá a sus vecinas egipcias y a las mujeres extranjeras que vivan con ellas toda clase de objetos de plata y de oro, y prendas costosas. Con estos vestirán a sus hijos e hijas. Así despojarán a los egipcios de sus riquezas.

Mateo 17:10-27

10 Luego sus discípulos le preguntaron:

—¿Por qué los maestros de la ley religiosa insisten en que Elías debe regresar antes de que venga el Mesías[a]?

11 Jesús contestó:

—Es cierto que Elías viene primero a fin de dejar todo preparado. 12 Pero les digo, Elías ya vino, pero no fue reconocido y ellos prefirieron maltratarlo. De la misma manera, también harán sufrir al Hijo del Hombre.

13 Entonces los discípulos se dieron cuenta de que hablaba de Juan el Bautista.

Jesús sana a un muchacho endemoniado

14 Al pie del monte, les esperaba una gran multitud. Un hombre vino y se arrodilló delante de Jesús y le dijo: 15 «Señor, ten misericordia de mi hijo. Le dan ataques y sufre terriblemente. A menudo cae al fuego o al agua. 16 Así que lo llevé a tus discípulos, pero no pudieron sanarlo».

17 Jesús dijo: «¡Gente corrupta y sin fe! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme aquí al muchacho». 18 Entonces Jesús reprendió al demonio, y el demonio salió del joven. A partir de ese momento, el muchacho estuvo bien.

19 Más tarde, los discípulos le preguntaron a Jesús en privado:

—¿Por qué nosotros no pudimos expulsar el demonio?

20 —Ustedes no tienen la fe suficiente—les dijo Jesús—. Les digo la verdad, si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a esta montaña: “Muévete de aquí hasta allá”, y la montaña se movería. Nada sería imposible.[b]

Jesús predice otra vez su muerte

22 Luego, cuando volvieron a reunirse en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del Hombre será traicionado y entregado en manos de sus enemigos. 23 Lo matarán, pero al tercer día se levantará de los muertos». Y los discípulos se llenaron de profundo dolor.

El pago del impuesto del templo

24 Cuando llegaron a Capernaúm, los cobradores del impuesto del templo[c] se acercaron a Pedro y le preguntaron:

—¿Tu maestro no paga el impuesto del templo?

25 —Sí, lo paga—contestó Pedro.

Luego entró en la casa, pero antes de tener oportunidad de hablar, Jesús le preguntó:

—¿Qué te parece, Pedro[d] ? Los reyes, ¿cobran impuestos a su propia gente o a la gente que han conquistado[e] ?

26 —Se los cobran a los que han conquistado—contestó Pedro.

—Muy bien—dijo Jesús—, entonces, ¡los ciudadanos quedan exentos! 27 Sin embargo, no queremos que se ofendan, así que desciende al lago y echa el anzuelo. Abre la boca del primer pez que saques y allí encontrarás una gran moneda de plata.[f] Tómala y paga mi impuesto y el tuyo.

Salmos 22:1-18

Para el director del coro: salmo de David; cántese con la melodía de «Cierva de la aurora».

22 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
    ¿Por qué estás tan lejos cuando gimo por ayuda?
Cada día clamo a ti, mi Dios, pero no respondes;
    cada noche levanto mi voz, pero no encuentro alivio.

Sin embargo, tú eres santo;
    estás entronizado en las alabanzas de Israel.
Nuestros antepasados confiaron en ti,
    y los rescataste.
Clamaron a ti, y los salvaste;
    confiaron en ti y nunca fueron avergonzados.

Pero yo soy un gusano, no un hombre;
    ¡todos me desprecian y me tratan con desdén!
Todos los que me ven se burlan de mí;
    sonríen con malicia y menean la cabeza mientras dicen:
«¿Este es el que confía en el Señor?
    Entonces ¡que el Señor lo salve!
Si el Señor lo ama tanto,
    ¡que el Señor lo rescate!».

Sin embargo, me sacaste a salvo del vientre de mi madre
    y, desde que ella me amamantaba, me hiciste confiar en ti.
10 Me arrojaron en tus brazos al nacer;
    desde mi nacimiento, tú has sido mi Dios.

11 No te quedes tan lejos de mí,
    porque se acercan dificultades,
    y nadie más puede ayudarme.
12 Mis enemigos me rodean como una manada de toros;
    ¡toros feroces de Basán me tienen cercado!
13 Como leones abren sus fauces contra mí;
    rugen y despedazan a su presa.
14 Mi vida se derrama como el agua,
    y todos mis huesos se han dislocado.
Mi corazón es como cera
    que se derrite dentro de mí.
15 Mi fuerza se ha secado como barro cocido;
    la lengua se me pega al paladar.
    Me acostaste en el polvo y me diste por muerto.
16 Mis enemigos me rodean como una jauría de perros;
    una pandilla de malvados me acorrala.
    Han atravesado[a] mis manos y mis pies.
17 Puedo contar cada uno de mis huesos;
    mis enemigos me miran fijamente y se regodean.
18 Se reparten mi vestimenta entre ellos
    y tiran los dados[b] por mi ropa.

Proverbios 5:7-14

Así que ahora, hijos míos, escúchenme.
    Nunca se aparten de lo que les voy a decir:
¡Aléjate de ella!
    ¡No te acerques a la puerta de su casa!
Si lo haces perderás el honor,
    y perderás todo lo que has logrado a manos de gente que no tiene compasión.
10 Gente extraña consumirá tus riquezas,
    y otro disfrutará del fruto de tu trabajo.
11 Al final, gemirás de angustia
    cuando la enfermedad consuma tu cuerpo.
12 Dirás: «¡Cuánto odié la disciplina!
    ¡Si tan solo no hubiera despreciado todas las advertencias!
13 ¿Por qué no escuché a mis maestros?
    ¿Por qué no presté atención a mis instructores?
14 He llegado al borde de la ruina
    y ahora mi vergüenza será conocida por todos».

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